Me asomo a la puerta y miro. Ahí están, felices, seguros de sí mismos, como si estuvieran en casa, esperando lo que haga falta a ... ¡que le sirvan un café!. Pagarán el 500% sobre el precio justo y el 1000% de margen. Pero, qué más da, ellos se sienten "living" y están en lo que creen más "cool". Con suerte se sentarán en un sillón y podrán mirar el móvil con calma. Si no, lo mirarán de pie. Es la soledad con cafeína, azúcar, dopamina y confort de franquicia. Les importa mucho la imagen que proyectan, lo que visten, lo que usan, lo que hacen, donde van. Bueno, mejor, donde les ven ir. Y qué mejor que un Starbucks, otra marca especialista en captación de papanatas. Pero beben un espejismo de estatus caliente y azucarado, sorbo a sorbo, con un aparataje de tapas de plástico y palitos de madera sostenibles para diluir el azúcar que convierten aquello casi en un ritual. Los usuarios más tontos no renunciarán a hacer la foto y subirla a sus redes de cabecera. Y aún te dirán: "No es el café, es la experiencia". Confesémoslo, todos hemos sido este tonto alguna vez. Pero todo está en peligro y el precio del café también se dispara. La cotización del Catunambú está por las nubes. Así no hay forma de alcanzar la justicia social. Creo que hay una conexión directa y pérfida entre la subida del café y el auge de las cafeterías de especialidad, el nuevo enemigo de occidente. Son un adversario sibilino y taimado, una verdadera carcoma moral parapetada tras molinillos y filtros de papel. Me han dicho que ya hay locales de apuestas que se han traspasado para abrir una trending coffee. Un fulano moderno, tatuado hasta la a gorra y acipotado mental, hace más por el capitalismo sacamantecas que el FMI. Si no, no se entiende que paredes sin repellar, bombillas colgando del cable y un mostrador con repostería mustia con colorinches justifiquen que te claven nueve eurazos por empinarte un "cold brew" al que no te dejan ponerle azúcar. Además, no tienen pestiños. Pero yo soy un gañán que sólo bebe el café del populacho, pues leo que sin hervir el agua aparte, moler el grano (jespesor medio!) doce segundos antes de echarlo al filtro y usar agua de manantial, no se llega a ningún lado. Y ni se te ocurra bajar la tapaderita antes de que empiece el gorgoteo: si no, se hernia el café. Asíque si quieres estar en la onda, pide un préstamo, pues necesitas tres molinillos a reacción nuclear, un presurizador HDi, media docena de alambiques repujados a mano, una cafetera belga, otra serbocroata y una jineta que te cague los granos las noches de luna llena. ¡Así, sí!
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