La charlatanería tiene abierto el camino en una sociedad sin conciencia crítica ni ambición intelectual, dispuesta a seguir como artículos de fe dos o tres tenebrosas necedades. Las grandes cadenas de radio y televisión compiten por dar pábulo a noticias estúpidas y llevar a ilustres necios y hediondos manipuladores a sus platós, por lo demás ya sumamente deficitarios en neuronas funcionales. Lo único que cuenta es el espectáculo. ¿Lo único?. No, qué va. El espectáculo atrae público, pero el interés está en adoctrinarlo. Por inverosímil que parezca, numerosas encuestas revelan que las cadenas privadas, para la población en general, son los medios más fiables, los que menos manipulan ¡"Pa mearse" Esto ha permitido a esas grandes máquinas de persuasión transformar sus emisiones en productos ideológicos virales que infectan al paciente sin que sea consciente de ello. Los programas conducidos por las reinas de la televisión son el mejor ejemplo. Han ido evolucionando desde una colección de chorradas del corazón y una explotación sin piedad del filón de los sucesos a una permanente labor de propaganda política de la peor especie. La falta de altura intelectual y moral de sus responsables no parece suficiente, y se rodean de una corte de pseudo periodistas, opinadores varios y comentaristas políticos, económicos y "de temas de actualidad" a los que sólo se les exigen mucha cara dura, cinismo y desvergüenza a raudales. Agítese todo esto en la coctelera de tertulias o debates con participantes cuyo nivel cultural y honestidad moran en el subsuelo, y tendremos un cumplido panorama de la categoría de nuestros medios. Así, la sucesión de cantamañanas y periodistas de carnet con mala baba que migran de una cadena a otra y de un programa al siguiente pululando por las televisiones en abierto es deprimente. La zafiedad de nuestras empresas mediáticas, abonadas tanto a la banalidad del mal como al mal de la banalidad, sirve a sus designios con prodigiosa eficacia. Tener todo atado y bien atado requiere audiencias sumisas a las que se amanse con ruido y espectáculo en lugar de reflexión. Después, un rostro aparentemente amable y que genera falsa confianza se encarga de propagar mensajes que llaman a filas a lo más primitivo del encéfalo y a las emociones más primarias, seduciendo con la promesa de un presente o futuro de calma, prosperidad y felicidad..., si se sigue la línea marcada.
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