viernes, 23 de mayo de 2025

Acabar

 Otorgo al imparable avance del egoísmo social, las múltiples formas de ignorancia, a las redes sociales y a la dependencia del móvil como principal fuente de información y vida, un papel esencial en la deriva ultraderechista que recorre el mundo y amenaza con llevarlo al abismo. Quizá sea sólo un acto autolesivo de aquellos que lo están pasando mal, que son víctimas de un sistema cruel y despiadado y que apenas disfrutan de los beneficios del estado del bienestar. Pero no creo. Pasa, simplemente, que la mayoría de los jóvenes y los que no lo son tanto no se sienten aludidos. Además les han convencido de que partidos, sindicatos y asociaciones son lugares para el medro, que las instituciones son inútiles, que no hay opciones colectivas para ellos y que la única salida es la individual. Creen que ninguno de los grandes problemas que afectan al Planeta, a la naturaleza, a la colectividad, a las minorías, a los homosexuales, a las mujeres... son sus problemas, porque están convencidos de que ya no existe la clase trabajadora, porque para muchos de ellos las pensiones que se dan a los "viejos" son a costa de su bienestar y ellos nunca las disfrutarán, porque se han creído que los derechos sociales colectivos son los responsables de que ellos vivan peor, porque los impuestos -que apenas pagan- son los responsables de su malestar. Un sector cada vez más amplio de la sociedad reniega de todo lo conseguido durante décadas de lucha trabajadora y piensa que lo mejor que puede pasar es que todo el “sistema de chiringuitos” -tal como han aprendido en redes- se vaya al carajo y solo queden los escombros. Hoy lo que atrae es ser ultra, una ideología de lemas grandilocuentes y vacíos, mantras falsos y banderitas a la que suicidamente se van sumando los hijos de los trabajadores de antaño, los que no tienen modo de acceder a una vivienda, los que reciben sueldos de risa por jornadas interminables, lo que creen que en el Congreso no se trata de ninguna cuestión que les afecte, los que no tienen razones para cambiar el mundo porque el mundo les importa una mierda... Ahora, desde la estética de los ultras de los clubs de fútbol hasta la "pijoacomodada" que inunda fiestas y tradiciones populares, domina el silencio ante los genocidios, la actitud del bárbaro, del descreído, del que ya no tiene esperanza más que la de lograr un lugar en el mundo al precio que sea. No intentan buscar a los auténticos responsables de sus problemas y se conforman con lo que les dice un mamarracho que dice que madruga. ¡Que se vaya todo al demonio, que venga un dictador, mano dura! No se dan cuenta que los peores desalmados son sus supuestos salvadores.

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