¡A tomar por saco la originalidad! Los libros que se leen -o se dice que se leen-, la música que se oye, las películas o las series que se ven, los restaurantes a los que se acude, esos "sitios únicos y maravillosos" (al menos antes de que se peten) que no te puedes perder... Todo es objeto de consumo y víctima de las modas. Todas estas cosas se fotografían y se exhiben en alguna red social. Parecen el resultado de la selección de un comité invisible de recomendadores universales y vienen con una fanfarria de opiniones, cifras y titulares facilones. De pronto, todo el mundo lo está leyendo, oyendo, viendo, degustando, disfrutando. O eso dicen. Llegados a este punto yo, en mi cinismo defensivo y socarrón, cuando me preguntan qué has leído, oído, visto... suelo decir: "El Pronto; a los pájaros; he visto cosas que vosotros no creeríais... Y así. Las plataformas saben lo que nos gusta el comportamiento mimético y se aprovechan: sus algoritmos no recomiendan, empujan. Así todos leemos lo mismo, vemos lo mismo, oímos lo mismo, comentamos lo mismo, nos emocionamos a la vez. Ya nadie descubre nada: lo que hay que leer, ver, oír, sentir, viene prescrito, como una receta del médico de cabecera. Es lógico que el entretenimiento sea así en la gente que ha renunciado a pensar por libre. Las listas de reproducción "personalizadas" son una risa pues te dan exactamente lo mismo que al resto. El filósofo Byung-Chul Han sostiene que vivimos en una era de exceso de positividad, donde lo más visible y aplaudido se impone sobre lo diverso. Tenemos más opciones que nunca, pero cada vez nos atrevemos menos a elegir por nosotros mismos. Hacerlo implica un riesgo pero no hacerlo lleva a renunciar a la libertad.
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