jueves, 17 de abril de 2025

Antes de que nos devore el caos

Si consideramos el caos como desorden, confusión e impredecibilidad, entonces el mundo se encuentra sumido en el caos: en la injusticia social, en la oscuridad espiritual, en interminables guerras, en genocidios abiertos y en la degeneración climática. Casi todos lo sabemos, lo sufrimos o lo presentimos. Me pregunto con qué principios éticos puede enfrentarse todo eso y qué sentido tiene hoy el hablar de “verdad”, “justicia", "conciencia”, “espiritualidad” o “alma”, términos que, en general, forman parte de nuestro aprendizaje y acervo cultural, pero que al madurar mínimamente percibimos con qué bajos principios éticos, con cuántas mentiras y con qué cinismo ha sido construido nuestro mundo mental, el mundo político y social e incluso el aprendido como religión. Muchos han perdido la fe en todo este mundo, pero se encuentran desarmados de ideas y principios espirituales y éticos correctos y a merced de poderosos gobiernos y jerarquías religiosas, con su eterna doble moral y su falta de argumentos convincentes a la hora de ofrecer soluciones a cualquiera para enfrentarse a los grandes problemas de su vida y de su muerte. Desde hace siglos, gobernantes y fanáticos religiosos con poder han ocultado la verdad a las masas e impedido que les lleguen la verdad y los principios espirituales liberadores de las conciencias y basados en las ideas de libertad, igualdad y justicia entre seres de la misma condición, que den sentido a su existencia. Las masas contemporáneas han añadido al opio de la religión otros nuevos ligados al consumo y las nuevas tecnologías. Sin embargo estas masas perciben un vacío interior que no llenan los conocimientos culturales y religiosos caducos en que nos hallamos inmersos, ni el sistema de vida materialista en declive que vivimos. Saben quiénes son los principales responsables, saben quiénes son los que crean ídolos y les distraen de infinitas maneras. Tienen los datos suficientes como para saber que este mundo no tiene porvenir con ellos al frente. Pero parecen inermes y atenazados por una desidia suicida. Es desolador ver cómo aumentan las enfermedades espirituales, mentales y sociales de la humanidad en general, como avanza la enorme frustración íntima y la falta de felicidad del colectivo humano aunque se intenta disimular lo contrario. Si la gente fuese tan feliz como aparenta no habría tanta crispación, tanto odio, tanto miedo. Sería bueno que comenzaran a despertar las conciencias libres antes de que sea tarde.

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