martes, 15 de abril de 2025

Religiosidad popular

 Como la mayoría de las fiestas cristianas, también la Semana Santa tuvo un origen pagano, ya que coincide con las celebraciones del equinoccio de primavera. Su conmemoración no comienza hasta el siglo IV y tiene su base en una celebración pagana: el culto al dios Atis, celebrándose su muerte y su posterior resurrección. Quizá por ello, todavía hoy esta celebración está trufada de elementos lúdicos y festivos que poco tienen que ver con el sentimiento religioso profundo. "Religiosidad popular" es el eufemismo con el que la jerarquía eclesiástica ha ido tolerando y después oficializando y fomentando las procesiones, el culto exagerado a las imágenes, la ostentación innecesaria, la exhibición narcisista, penitencias, autolesiones y las explosiones de pasión colectiva con que muchos fieles pretenden demostrar su piedad religiosa, que ha de adaptarse al dictado del universo cofrade. Por un lado, se exalta la "devoción" y el compromiso con la fe. Pero lo que se ve es una creciente superficialidad y un gusto excesivo por lo estético y por el espectáculo barroco y efectista. Hace tiempo que se está desplazando el verdadero propósito religioso por la búsqueda del reconocimiento personal en un contexto de exhibición narcisista. A muchos cofrades les sobra "el morbo del exhibicionismo", el de la imagen cuidada con gemelos de oro o mantilla de encaje y el afán de figurar. A veces, bajo el pretexto de conmemorar el sacrificio de Cristo solo se esconden egos, vanidades, superficialidad y hasta ideología. En la "bulla" o el silencio impuesto de los desfiles procesionales falta devoción sincera, humildad y una mayor cercanía a los valores que predicó Jesús. Se ha abandonado cualquier intento por preservar la esencia religiosa y evitar que ésto se convierta en un mero escenario de exhibicionismo y ostentación. Como en otras fiestas, se ha producido aquí un fenómeno de "comercialización". La Semana Santa se ha convertido en un producto de consumo anual, en una multitudinaria fiesta de primavera en la calle, en un producto de interés turístico, en un entretenimiento disfrazado de devoción. La música, las flores, los "bailes" de los tronos, el lujo y la ostentación han desplazado a la verdadera espiritualidad. Cuanto devoto olvida entre tradiciones y novedades teatrales, símbolos artificiosos, mantos bordados y oropeles y olor a incienso, que la Semana Santa debería ser un tiempo de reflexión y conexión con Dios, y no un espectáculo.

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