Ni 40, ni 50, ni 60, la que lo peta últimamente es la "crisis de los 25". Jóvenes perdidos que al llegar a esta edad sucumben a la presión por saber quiénes son, qué les gusta o cómo encauzar su vida. No les juzgo, a mí también me angustian esas preguntas. Yo también me pierdo preguntándome quién soy. Y eso que ya no me preocupa saber qué quiero ser de mayor. Tengo que decir que me han gustado muchas cosas, pero quizás no me ha apasionado ninguna. Al menos de antemano. Quiero decir que la categoría de los desorientados, entendida como aquella formada por los que no tienen una pasión vital que le corra por las venas desde pequeños, es mayoritaria. Nuestro rasgo más genuino es estar perdido. Yo prefiero prefiero definirme "por lo que hago" antes de "por lo que soy". ¿Ser?, ¿Cuándo? ¿Recién levantado, en un mal día, entre gente extraña, rodeado de amigos, haciendo lo que me gusta o soportando el truño mental de algún indocumentado? Me pregunto si esta crisis de personalidad de los jóvenes tendrá algo que ver con que no paren de mamar discursos en redes sociales que les animan continuamente a conocerse a sí mismos; con que la salud mental esté de moda. Pero cualquier fenómeno, al volverse popular, se transforma también en vaporoso y tiene el riesgo de ser dominado por "cuatro listos". Son esos que te cuelan en una sola frase la palabra “límites”, “autocuidado”, “priorizarse” o "apegos". Son los que están todo el día "gestionando" cosas y levantando "pilares de comunicación". El problema no es la turra, nivel texto de IA que te endiñan, es que el denominador común de todos estos términos es que hablan desde un Yo, para un Yo y pasando, también, por un Yo. Así acabaremos todos en astillados en nuestro propio ego pero, eso sí, con un máster en poner límites. No me sorprende que la chavalería se sienta perdida si para socializar tiene que tener tan en cuenta quiénes somos y qué necesitamos. Pero, coño, si yo sólo quiero quedar con los colegas a tomar unas cañas y contarles la lata que me está dando este padrastro.
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