Que la desigualdad crece día a día es un hecho innegable: ricos, cada vez más ricos, y pobres, en mayor número y cada vez más pobres. Hay una total falta de voluntad para acabar con el problema y, para justificarlo, se buscan excusas como la meritocracia y el "acomodo" de los no emprendedores o se asusta a quienes poco tienen diciéndoles que las políticas redistributivas les perjudican o les van a impedir disfrutar las pequeñas herencias que les puedan legar. Lo cierto es que quieren que las desigualdades crezcan y actúan con este objetivo, en algunos casos de forma tan descarada como las becas para ricos. Por supuesto la desinformación, la ausencia de formación de calidad o de pensamiento crítico son armas fundamentales para alcanzar sus objetivos, pero también necesitan descontento y crispación, por eso promueven el odio, el malestar, el miedo, el individualismo, la necesidad imperiosa de lo inmediato o incluso la falta de sueño y descanso, así se enturbian conciencias. Y como hay que culpar a alguien del sufrimiento, fomentan el odio hacia quienes son más pobres, hacia los inmigrantes (da igual que sean niños), los homosexuales, las mujeres que luchan por la igualdad, y por supuesto hacia las opciones políticas que propongan acabar con las desigualdades con planteamientos de redistribución de renta y riqueza o con más gasto en servicios públicos. Hacen creer a los trabajadores que su vida es mejor con menos impuestos y que éstos son los culpables de sus dificultades para llegar a fin de mes. Pero los relatos importan y si cuesta entender la realidad y se carece de conciencia crítica, quienes son víctimas de la desigualdad, viven en el engaño del mundo feliz que les proponen quienes sólo los necesitan para llegar al poder, como un simple elemento del proceso productivo que les exprime y como arma contra quienes quieren acabar con la desigualdad. Y así, lejos de avanzar, seguiremos retrocediendo.
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