martes, 11 de marzo de 2025

Reírse en los tiempos del cólera

Según uno de esos estudios hechos por científicos ociosos para gentes aburridas, la capacidad para reírnos de cualquier cosa alcanza su pico en la adolescencia y de ahí todo cuesta abajo, de culo y sin frenos. Quizás porque de jóvenes somos más vivalavírgenes y con los años nos hacemos más realistas y determinadas cosas ya no nos hacen ni meretriz gracia. Siempre he creído que hay una linea muy fina entre poner al mal tiempo buena cara e ir por ahí luciendo una estúpida sonrisa sin fundamento; entre reírte de ti mismo y hacer el payaso. Ahora que están cayendo esvásticas de punta no parece buen momento para reírse. Más bien convendría asir una mano amiga y entonar el canto de los partisanos, el himno de la Resistencia Francesa. Pero bueno, cada uno reacciona como puede. La Unión Europea, tras la patada que le ha dado Trump en el culo de Zelensky, ha decidido ayudar a Ucrania enviándole tres millones de cargadores universales. España, por su parte, contribuirá con un batallón de voluntarios de Protección Civil y la tuna de derecho de Valladolid. Mientras, Trump ya piensa en presentar su candidatura a los próximos Óscar por su genial interpretación de Hannibal Lecter en "El Zelensky de los corderos". A ver si se lo dan y supera su trauma de cuando tardó dos semanas en insertar una imagen en un documento de Word. Otro que bien baila es Feijoo, que ante el deterioro de la imagen del PP en Valencia por la gestión de la Dana y la presión popular ha decidido pedir públicamente la dimisión de Pablo Casado. Mientras, Mazón, que quiere cambiarse el apellido para que no rime con dimisión -yo le propongo que se apellide cinco- se queja de que nadie le da las gracias por su trabajo. Eso comienza a ser normal: leo que una oveja rescatada de un acantilado huye a la carrera sin pararse a dar las gracias. Cría ovejas y... En fin, parece que 100 carcajadas equivalen a hacer 15 minutos de bicicleta. Que digo yo que reírse mientras paseas en bicicleta te debe dejar hecho un figurín. El problema es quea gacharse para hacerle fotos al perro con el móvil es el único ejercicio que ya hacen muchos españoles. Ya en serio: hay que reírse en medio del vendaval, pero tal vez la sonrisa convexa del pueblo tarde tanto en repercutir en carcajada porque las costuras del sufrimiento claman al cielo mientras los malvados ríen.

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