martes, 11 de marzo de 2025

Gastronomía ridícula

Si ésto no es la reducción al absurdo del proyecto humano, yo soy neptuniano. Estoy hasta la epiglotis de oír la pollada de "la nueva normalidad". No hay nada nuevo. Es lo mismo de antes, pero más polarizado. El personal se ha escindido entre los tradicionalistas, los posmodernistas y los que van dando bandazos según el día. Todos ellos han entrado de lleno en el reino de lo ridículo. El máximo exponente lo vemos en la gastronomía. Los amantes de las tradiciones me dan risa en un mundo donde, cada vez más, toda costumbre inmemorial es de antes de ayer. Aún así hay quien entrega su vida a la sacrosanta cruzada de la pureza gastronómica: censores de los ingredientes no puros de la verdadera paella, custodios del plato regional, gente que sólo encuentra el sentido de su existencia en la mazamorra, hooligans de la cuchara sopera... No te emperres, la paella es un plato de arroz, no una sinfonía, por mucho que le arrimes el humo del sarmiento. Sofríes, echas el arroz, agua y esperas. ¿Y los zelotes de la pasta con su quirúrgica preparación de macarrones adornados? "Es que el ritual del cocido madrileño, el auténtico..." Pero José Luis, hijo, que estás hirviendo carnes y garbanzos en una olla, no te postules para ser canonizado. En el otro bando pasa lo mismo. "Souflé de Laccata caramelizada con motas de uva tornasolada en revoltiño con torradas de pan de centeno, revestido de ácido Revellón sobre un lecho de hidrógeno potásico" -Pero, qué cojones... - Es que el chef le reza a los cuchillos. - No, si ahora filetear una caballa va a ser un ejercicio de gran hondura espiritual sólo al alcance de un neurocirujano. Y, en medio, el que se suscribe a la revista Club del gourmet, se pide unos calamares gomosos e intenta buscar el retrogusto a un cartón de Don Simón. Así nos va.

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