Europa se va a la mierda. Quizás el mundo entero se va a la mierda. O lo mandamos nosotros con las decisiones de la mayoría, pues nunca la democracia fue tan eficaz arma de suicidio político. En todo caso, qué más da. La inepta y acomodada élite política europea, esa que hasta ayer sostenía políticas austericidas que arrojaron a tanta gente en brazos del populismo ultra, está dispuesta a gastarse una "pasta gansa" en armamento, que será detraida -que nadie lo dude- de las partidas de destino social. Pero si hasta Reino Unido -que es europeo sólo a ratos- y Macrón -al que le da igual porque le quedan tres días- claman con mandar tropas a Ucrania al compás del ritmo de tambores de guerra. Pero yo no me preocupo, porque vivimos en el país con más "cuñaos" capaces de solucionar los grandes problemas. Es el caso de Paco, camarero, que se sienta en el sofá aflojándose el elástico del chándal mientras grita libertad. O Luis, que en la barra del bar explica a sus amigos como liquidaba él al ejército ruso con su escopeta de balines. O Carlos, tornero fresador, que no llega a atarse los zapatos pero suplica que le presten un fusil para frenar al "comunismo". O Paqui, que está de baja por un padrastro, pero que es partidaria de un ataque nuclear preventivo contra Rusia. O Ignacio, un adorador nocturno que no ve que sólo mandando armas se solucione nada y es partidario de las vigilias de oración. O Arturo, tertuliano testosterónico, que enseña la foto de una gachí ucraniana con un rifle y dice que seguro que ella no dice todos, todas y todes. O Santi, que no quiso hacer la mili, pero que presume de que el solo resistiría al ejército ruso, chino y coreano, armado sólo de un hueso de jamón y la bandera de Borgoña. O Carmelina, jubilada de toda la vida, que cada mañana se atrinchera en su butacón para absorber todo tipo de calamidades, miserias e imágenes morbosas, mientras le pide a Dios que mate a todos los comunistas. O Secundino, taxista, que tras acomodar el lazo de la bandera de España en el retrovisor, te dice que le dan ganas de coger su escopeta de caza e irse a Kiev, pero no sabe por dónde se va, y además, se acuerda que ayer intentó colgar un cuadro y se machacó un dedo de un martillazo. En fin, que ya hay un runrún en los taburetes de los bares que sólo puede acabar en la formación de una nueva División Azul, compuesta por batallones de cretinos y columnas de botarates. Pero cuando los vayan a reclutar dirán: yo, la verdad, me iría a la guerra, pero es que me parte la tarde. ¡Qué sofoco!
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