Todos, absolutamente todos los estudios al respecto, demuestran que el coeficiente medio de inteligencia humana lleva décadas cayendo. Dicen los optimistas que ello se debe a que ahora necesitamos menos inteligencia para sobrevivir: ya nadie memoriza números, ni hace operaciones, ni lee mapas (bueno, algunos no leen ni mapas ni nada)..., todo se ha externalizado a la nube, al algoritmo, a las "maquinitas". Yo creo que lo que pasa es que, tal vez la naturaleza, en su infinita paciencia, ha encontrado una estrategia de supervivencia frente al animal más tóxico y estúpido que jamás produjo. Hoy todo se simplifica para que hasta el más lerdo pueda seguir al rebaño. Umberto Eco distinguía entre el imbécil, el cretino y el estúpido. Hoy podemos reducir las categorías a una sola, la del idiota. Pero eso sí, un idiota superlativo, más dañino que un tábano y más molesto que la mosca perrera. Decía José Luis Cuerda que los tontos de antes no gritaban tanto. Ahora la imbecilidad es omnipresente porque todo idiota tiene una opinión y se cree con derecho a hacerte partícipe de su estupidez. Y a menudo lo hace de forma maleducada y soez. Es lo peor de las redes y los medios, que han democratizado el cretinismo. Hoy la saturación de imágenes, palabras y opiniones ha convertido la comunicación en ruido y la inteligencia en un artículo superfluo. El resultado es un mundo donde "los menos capaces" elevan al poder a seres esperpénticos y desequilibrados, sociópatas sin escrúpulos que gobiernan a base de ocurrencias infundadas que sólo benefician a los poderosos, mientras los idiotas dilapidan su vida viendo videos de influencers que lloran en directo porque su café no tiene la espuma de avena suficiente. A Jesús, en el Sermón de la Montaña, se le escapó una bienaventuranza: "Bienaventurados los idiotas, porque ellos heredarán la tierra"... y en un rato la acabarán jodiendo.
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