En el mundo de la política ya parece dar todo igual. Ya no hay límites ni líneas rojas más allá del objetivo de hacerse con el poder. ¡Como sea! Las caras más visibles ya no son elegidas por sus méritos o carrera política. Se busca sobre todo que sean agresivos perros de presa, que no se inmuten cuando mientan y que no tengan escrúpulos morales. Quizá lo mínimo que se le puede pedir a un político –más allá de una presupuesta decencia– es que, por lo menos, entienda lo que lee. Pues ya ni eso. Un ejercicio, el de la comprensión lectora, que resulta vital para el desempeño profesional y cuyo aprendizaje comienza en primaria, comienza a ser ajeno a las competencias de muchos de nuestros políticos. Sólo hay que oír algunos de los discursos de Ayuso. Resulta difícil contener la risa. "Lady Quirón" lee torpemente sus discursos. Los recita como si de un Padre nuestro se tratara. Es su habitual homilía para sus feligreses incondicionales, hecha de ira, bulos y mentiras. De su lectura atropellada es inevitable extraer una conclusión, a saber; a duras penas entiende lo que lee. O no se molesta en una lectura previa. O ambas cosas. Y no es el único caso. En otros muchos discursos las palabras, todas gruesas y malintencionadas, se suceden en sus bocas como si fluyeran a borbotones. El guion (o la soflama) que tienen entre las manos parece cobrar vida propia y son incapaces de domar sus significados. No es necesario, nadie lo espera, es sólo alpiste para incondicionales o alimento para los titulares de los medios afines. Se limitan a pronunciar –no sin ciertas dificultades– cada una de las palabras que alguien les escribe, pero sin captar su esencia. Me da que éstas "dificultades discursivas" anuncian una nueva dimensión idiomática donde la coherencia es innecesaria y la verdad superflua. ¿Para qué expresarse correctamente si, total, las taras en materia de comprensión oral y escrita de esta sociedad crecen como la espuma. Nuestros políticos empiezan a leer como nuestros monarcas.
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