Sorpresa, ninguna. Son horror, vergüenza, asco y profunda tristeza las emociones que me provocan el genocidio contra el pueblo palestino. Porque lo que está haciendo Israel en Gaza es un genocidio en toda regla, inhumano y despreciable, miserables y asesinos. Un genocidio que sería impensable sin el apoyo explícito de tantos y tantos malnacidos, desde Trump hasta el orbe de la ultraderecha mundial. Pero también por la equidistancia, la justificación o la pasividad de gobiernos, instituciones, partidos y gran parte de la sociedad civil. Hay que ser sionista, fascista, sociópata, canalla o profundamente ignorante o memo para no ver un genocidio en lo que hace Israel, un estado sometido a postulados teocráticos, en manos de ultraortodoxos de ideología puramente fascista, colonialista y racista. Israel lleva décadas cometiendo violaciones de los Derechos Humanos, incumpliendo las resoluciones de la ONU e ignorando las normas del derecho internacional. Lo único que ha cambiado es que ahora lo hace a cara descubierta, a gran escala y de manera orgullosa. Y lo hace porque se siente impune, porque tiene el apoyo de los EE.UU. más miserables de la historia y porque se siente jaleado por la ola fascista que arrasa el mundo. Por eso, y a la luz del día, masacra a diario a periodistas, sanitarios, escuelas, hospitales, mujeres, ancianos, niños... Que pena, que vergüenza, que la Europa secular del pensamiento y la razón se esté dejando su esencia en las trincheras, que no ya fronteras, que están implantando el Tío Sam, carnicero mayor del mundo, y sus ejecutores, los asesinos más cínicos de la historia. Así, los más débiles, abandonados y vilmente perseguidos no sólo se dejan ya la vida en las fronteras, sino en sus propias casas, y en las escuelas y en los hospitales y en las plazas y hasta en los centros habilitados para la distribución de ayuda humanitaria y de comida y agua. No hay esperanza. Los cainitas se adueñan de gran parte de la Tierra mientras el pueblo se distrae viendo videos de Tik tok.
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