sábado, 1 de marzo de 2025

Talent, ¿qué?

Pocos antes de escribir su novela "1984", G. Orwell analizó cómo la decadencia, la degradación del lenguaje, la cultura y la política estaban interrelacionadas, y contribuían a una cultura superficial y deshonesta, de un lenguaje vacío y sin sustancia, lo que hace que se pierda la capacidad de provocar reflexión crítica y dinamita la autenticidad. Se crean así sociedades pasivas y conformistas que aceptan, sin cuestionar, la narrativa dominante. Pues si esto lo aplicamos a la tele y, concretamente, a los "talent shows", ni te cuento. La mecánica es sencilla: un jurado especializado valora y elige a los mejores concursantes con talentos supuestamente extraordinarios. Pero ahí llega el tío Paco con las rebajas. Uno espera descubrir "talentos" y acaba viendo a Celia Villalobos echándole hueso de canilla al puchero y a otros famosetes jugando a las cocinitas en Máster Chef, o a un chiquillo zumbando inmisericordemente un tambor en Got Talent. Los talent shows son otro producto de entretenimiento para ingenuos aburridos, un artificio neoliberal para volver a colarnos la milonga del "si trabajas y crees en tí puedes alcanzar tus sueños". Al final todos funcionan, esencialmente, de la misma manera, ya se trate de hacer un suflé de lentejas con cebollino, cantar rancheras, aguantar la respiración en una bañera o coser el dobladillo de un pantalón. Una peña de concursantes variopintos, mejor famosillos, o con las historias personales más abracadabrantes que los del casting hayan podido encontrar, se convierten en "aspirantes" enfrentados a un jurado que ha visto más de lo debido "La chaqueta metálica". Todo el santo día teniendo que demostrar el esfuerzo, la pasión y que eso que están haciendo es su principal reto vital. Y si no lo consigue se desata la tragedia. Imáginate a un fulano que quería hacerse famoso haciendo escabeches en prime time y "tiene que abandonar el concurso", ríete tú de Edipo Rey. En estos shows los concursantes son lo último que importa, salvo que sean famosos o te llames Victoria Federica y metas en la saca 20.000 € por programa. Entonces el baboso y el servilismo rompen moldes, porque el trato de favor a algunos -por encima de las ilusiones de los demás-, son una constante en estos programas. Pero lo mejor son los jurados de famosetes jugando a tribunal de oposición de la señorita Pepis. Suelen ser profesionales con más nombres que calidad, artistillas amortizados, graciosetes, profesionales de la farándula, tertulianos reciclados o amiguetes del productor. Ahí están, con sus comentarios vacíos que se limitan a tonterías y obviedades, trufados de chistes de 1⁰ de monologuista, sentimentalismo barato, lagrimillas de a peseta el cuarto y mitad o declaraciones de adoración eterna. Emiten sentencias que cualquier aficionado podría haber desarrollado con bastante más criterio. Lo doloroso es que, para mucha gente, todo esto es precioso y cree estar viendo un enfrentamiento entre héroes y titanes, pero lo cierto es que el club de los mediocres está plagado de gente que cocinó en Masterchef, berreó en La Voz o superó las pruebas de El Desafío, aunque nunca se hayan presentado a una oposición.