jueves, 29 de mayo de 2025

Opiniones y silencios

Nos han dicho tantas veces que todas las opiniones son respetables que nos lo hemos creído. Y así nos luce el pelo. Las opiniones sólo son la exteriorización de los procesos mentales de un individuo, sea este un genio, un tarado o un imbécil. Por si mismas no sirven para nada porque son valoraciones que alguien hace sobre algo, influido por sus propios intereses, valores, gustos, emociones o sentimientos. Lo que tiene valor no son nuestras ideas sino los argumentos con que las sostenemos. Por eso es un problema que tanta gente se sienta autorizada a expresar sus opiniones exigiendo respeto por muy mierdas que estás sean. Se dedican a opinar autoeximiéndose de razonar, aportar datos verificables o asumir un compromiso deontológico. ¡Valiente mierda!. Convendría que los que padecen taras cognitivas se abstuviesen de regalarnos opiniones desinformadas sobre una realidad que parecen desconocer. Esto es producto de la polarización y el imperativo social de tener que tomar siempre partido. Hay que elegir bando incondicional y manifestarlo pública e impúdicamente, aunque eso supongo certificar tu idiocia. Y así, un día se va la luz y un fulano que de electricidad sólo sabe que un enchufe tiene dos "bujeros", tras darse un atracón de su tertulia de confianza exige de inmediato una opinión categórica sobre las disfunciones endógenas de la infraestructura eléctrica, la extracción de silicio para la industria fotovoltaica y el marco regulatorio de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia. ¡Joder, que tropa!, aunque también te digo que, a veces, callar es la forma más innoble de tomar partido. Ahí el enemigo es el silencio. El silencio de esos que miran hacia otro lado cuando ven niños aplastados, bebés hambrientos, madres que lloran, padres que buscan a sus familias entre los escombros. Y no son opiniones.

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