Una de las pocas certezas que tengo es la de que nadie nace odiando a otra persona por su color de piel, por su origen, sus ideas o su religión. El odio es una emoción que se desarrolla a medida que crecemos y nos enfrentamos al mundo. El odio se enseña. Se alimenta del entorno, de lo que nos enseñan, y de cómo se interpretan las diferencias o las amenazas. Vivimos tiempos de un preocupante resurgir de estos discursos, que ya no son marginales, sino que se están normalizando por políticos, partidos, medios e instituciones. Partidos de derecha y extrema derecha están haciendo del odio una herramienta política. Señalan a colectivos vulnerables, difunden bulos sobre migración y criminalidad, y erosionan deliberadamente los valores de la democracia: la dignidad humana, la igualdad, la libertad y el respeto a los derechos humanos. Este patrón no es casual, sino parte de una estrategia narrativa que deshumaniza y culpabiliza a colectivos enteros, inoculando miedo y resentimiento. Todo ello nos hace más débiles y más enfermizos como sociedad. Detecto un grave problema de falta de compromiso. No basta con no ser racista, hay que ser antirracista. No basta con decirse demócrata, hay que demostrarlo. No basta con no ser homófobo, hay que expresar abiertamente el derecho a elegir la orientación sexual o identidad de género. Es hora de ser activamente defensores de la democracia frente a quienes quieren vaciarla y erosionarla desde dentro. Hay que ser muy tonto, o muy imbécil, o muy miserable para creer que los inmigrantes, las gentes de otro color, los homosexuales o las feministas son una amenaza. La verdadera amenaza son quienes los convierten en chivos expiatorios para alimentar un proyecto de exclusión, intolerancia y autoritarismo. Si no frenamos esta deriva, el continente que levantó la bandera de los derechos humanos tras las heridas del siglo XX podría volver a perderse en la oscuridad. Hace ahora 80 años terminó la segunda guerra mundial, una guerra que costó más de 70 millones de muertos. Fue el tributo para frenar al fascismo, una ideología ultranacionalista, autoritaria, supremacista y antidemocrática que cree en el poder regenerador de la violencia, que promueve doctrinas de superioridad racial, persecución étnica y sometimiento de las minorías. Pese a que intente cubrirse con piel de cordero el fascismo actual no ha cambiado un ápice de sus ideas. Pese a ello tiene cada vez más apoyos. ¿Es qué no tenemos memoria? O es que como decía Saramago "sin memoria no existimos y sin responsabilidad, quizá no merezcamos existir".
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