Me acabo de enterar de que lo mío tiene nombre. Se llama depresión blanca o blues navideño. Ocurre que, en llegando estas "fiestas", estás ya deseando que acaben. Te debates entre el flojo entusiasmo y la impostura, tus anémicos objetivos navideños se desvanecen como una pastilla efervescente y, por más que lo intentas, no eres capaz de reunir fuerzas suficientes para buscar la "magia" que posee al personal. Me desespero. La evasión a través del sueño no funciona. Pienso, incluso, para ocupar mi mente, practicar una de esas coreografías de pilates gratuito de YouTube repetidas en bucle. Pero, qué va. Mi procrastinación navideña no tiene límites, mientras mi mente divaga por las más oscuras emociones a las que he dado rienda suelta desde que vi el primer anuncio con Papá Noel. Leo que la "depresión blanca" está considerada como un síndrome con una serie de síntomas asociados como la tristeza, el insomnio, la ansiedad o ataques agudos de pesimismo. Te cuesta que la positividad obligada e impostada no te lapide villancico a villancico. La televisión, Twitter, Instagram, Pinterest, los pódcast, las camisetas, los jerseys navideños, las pegatinas, las tazas de café, los azucarillos, las vallas publicitarias y hasta los cojines de los cojones te invitan a vivir la Na-vida-d a tope. Y, encima, esa exigencia de alegría se multiplica mediante el bombardeo de tradiciones antiguas y nuevas, compras compulsivas y luces de colores que -digo yo- pretenden iluminar la oscuridad que todo ser humano lleva encima. Vamos a ver, que a mi me parece que está fetén que los adultos quieran en estas fechas volver a ser niños pero, coño, no niños malcriados, no tontos de baba, no ilusos sin remedio. Pero, sobre todo, que llegado un momento vuelvan a ser adultos responsables y no gañanes despreocupados. Porque cuando veo a uno de estos especímenes, que por lo general se mueven en manada, pienso: ¿Y si el comportamiento "patológico" no fuese el mío sino la alegría desmedida y sin razón y la despreocupación infantiloide ante la realidad que nos rodea? Y algo me susurra en la oreja: "Ho, Ho, Ho". Y dejo de malgastar energía en entender tanto desbarre para dedicarla a encontrar las palabras adecuadas que me permitan mantenerme a flote.
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