El dato de jóvenes dispuestos a votar a la ultraderecha es alarmante. Eso debería hacer recapacitar a los que plantean rebajar la edad para adquirir el derecho a voto, cuando asistimos a un evidente retraso en el proceso de maduración. Lo que me sorprende es la gente que no se explica qué está pasando. Yo lo vi durante años como profesor. Era algo que, entonces, afectaba sólo a los chicos, sobre todo a los más vagos, a los "pasotas", a los "malotes". Su falsa rebeldía derivaba de estar "encerrados" en un sitio que no les gustaba, donde se les imponían normas -algo que rechazaban- Se les regañaba, pero no se les enseñaba, porque tampoco ellos hacían nada por aprender. Y, sobre todo, se les culpaba. De ahí su oposición al poder establecido -en este caso el profesorado-, sus actitudes disruptivas, poco respetuosas y, no pocas veces, provocativas y hasta violentas. Al principio no era odio lo que sentían, al menos no siempre. Era profundo rechazo, era orfandad de objetivos. El odio llegó después, cuando las chicas les comían día a día el terreno, privándoles de sus roles tradicionales, de su supuesta superioridad y colocándoles de segundones. Esto los sumió en el desconcierto. Su problema era sentirse menospreciados en una época que idealiza la diversidad y no incluye en ella al chico corriente. Ese que no destaca, que no milita, que no entiende bien qué ha pasado, pero sí que ha perdido algo. El problema es que los líderes negativos, huérfanos de objetivos, de intereses, de identidad, han atraído a los mediocres, a los serviles, a las chicas que se fascinan por los rebeldes sin causa. Digo sin causa porque estos chicos No se indignan por no llegar a fin de mes, ni con la factura de la luz, no han estrenado la calvicie, ni han pagado una hipoteca. Son chicos con zapatillas caras, móviles de marca, peinados a la última y necesidades básicas resueltas, pero con una autoestima maltratada. Y lo peor, su falta de interés, de esfuerzo, de deseo de aprendizaje, los ha hecho profundamente ignorantes y tienen importantes taras cognitivas. Por eso se apuntan a opciones políticas que ellos creen que están en contra del poder establecido. Las que emiten para ellos eslóganes tan facilones como negativos y les dan una identidad basada en símbolos hipernacionalistas que no cuestionan. Y sobre todo les prometen recuperar todo lo que antes definía a un "hombre": autoridad, iniciativa, dominio sobre la mujer, superioridad sobre las minorías, permisividad ante comportamientos irrespetuosos o agresivos... En este clima, el chico que se cría sin referentes y sin propósito busca refugio. A menudo lo encuentra en el sarcasmo. O en la testosterona mal digerida de ciertos youtubers. Y a veces, en la política. Pero no en la política razonable y centrada. No: en la que le promete devolverle los "privilegios" que antes disfrutaba sin tener que ganárselos, sólo por ser. Por eso odia a quien cree que se los quita: el feminismo, los inmigrantes, las minorías, los diferentes... Pero sus "salvadores" no van a resolver sus verdaderos problemas (trabajo, vivienda, futuro...), porque no les dicen “te resolveré el problema”, sino “tú tienes razón”. Pero de la razón no se come. Pero cuando se den cuenta de su error ya será tarde.
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