jueves, 25 de diciembre de 2025

Poesía del instante

Estoy cultivando la "poesía del instante", sabedor de que uno se arriesga a que por mucho que salga de su casa puede no salir de si mismo. Se trata de buscar versos por doquier. Versos que tras leerlos y sin nombrar nos hacen ver el mundo otro, el mundo paralelo que está ahí pero se nos muestra oculto. Es esa "otredad" que nos libera de lo superficial y nos hace personas. La poesía sabe esperar, como el agua lleva esperando a la sed durante toda la eternidad. El fulgor de los versos le echa un pulso a la vaciedad. La poesía es vida, es pasión, pero también puede ser un áspid disfrazado de ninfa. Quizá por eso nada puede doler tanto como leer unos versos arrasadores. Me gusta la poesía para intranquilizar conciencias en las tardes de soledad, sabiendo que el tiempo no cura nada sino que sólo ensancha los abismos de la memoria. Sabiendo que en ningún lugar puedes estar seguro, que cuando has agotado tú última bala, sólo te queda flotar en el vacío esperando un golpe de suerte. A veces uno preferiría que la poesía fuese sólo palabra sujeta a ritmo y no otra cosa. El problema deviene cuando uno vive la realidad en la fragilidad de la quimera. Entonces, el verso clásico para iluminar el amor y resplandecer con él y en él, es inútil, sabiendo que los días, todos, se suceden y pasan, enredan y ruedan hasta más allá del límite infinito, mientras la memoria y la conciencia se empeñan en que el futuro sea tan solo un pasado que espera.

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