Por si no lo estuviésemos ya lo suficiente, hemos decidido acabar el año y empezar el siguiente tocando el clímax del estrés hasta rozar el agotamiento físico y la ansiedad existencial. Las "Navidades" (porque hay tantas como opiniones), que con sus periféricos dura ya un par de meses, han consagrado el éxito del estrés, y del correr y del celebrar, y del gastar. La vida ya no nos da y así, llegamos a mediados de enero exhaustos. Y perjudicados. Y con las finanzas hechas unos zorros. Tanto estrés y tanto correr y tanto comprar y devolver y volver a comprar, y celebrar no se sabe qué… y dicen las estadísticas que no sube la productividad. ¡Acabáramos! Encima, las emociones, los sentimientos, la nostalgia que acompaña a estas fechas ya nos llegan adocenadas a través del anuncio de la lotería, o del Ikea, o del bodrio sentimentaloide de Campofrío. Y también lo compramos. Con lagrimita incluida. Hasta la nostalgia personal se está volviendo imposible. Algunos ya sólo añoran objetos, o a personas objeto. En realidad es una auto añoranza porque nos han enseñado a añorar mirándonos el ombligo. Ya no creamos añoranza, la ensamblamos con las emociones, ideas y objetos que nos venden por doquier. Antes, en Navidad, hacíamos cosas. Pero hacer cosas quita tiempo para comprarlas, que es lo que interesa. El comprerío es ahora lo nuestro. Y más, y mucho antes. La principal aptitud es la búsqueda del objeto comprable. Y encima nos creemos que estamos alcanzando la felicidad, o tocando la inmortalidad. Y el cariño, que aflora a ratos perdidos como un pinchazo de alfiler… el cariño que querríamos que nos tuvieran si consiguiéramos regalar algo acertado, con el trabajo que da pensar en otros y en qué les gusta, como si tu no tuvieras nada que comprarte. En fin, que así las cosas, lo difícil, el lujo, quizá interior, sería el aburrimiento. Ah, qué sensaciones olvidadas, la melancolía, el parchís, un libro imposible, la belleza de antes del selfi... No hacer nada y no tener nada que hacer, ni tan siquiera quedar para celebrar la "Tardebuena". ¡Ay, Señor, llévame pronto!
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