Reconozco que a veces siento miedo. Ese miedo que se deriva de la incertidumbre y la desesperanza sobrevenida de la certeza de que no avanzamos en la dirección correcta. A veces desearía poder hacer clic e irme a un lugar sin ruido, sin crispación, sin enfrentamiento, sin odio irracional, sin imbéciles, sin mierda. Estoy a punto de sobrepasar el límite de poder dialogar con "esa" gente que sólo es capaz de percibir la realidad como conflicto. Estoy al límite de seguir intentando hacer del mundo, o al menos de mi localidad, de mi vecindario un lugar un poco más respirable. Siento que es difícil competir contra una maquinaria ideada y engrasada para que la posverdad reine y mantenga las relaciones de poder invariables y el odio prevalezca ante la solidaridad, la empatía, la simple humanidad. Antes pensaba que mediante el BOE y políticas sociales disruptivas se podría cambiar la sociedad. Creía en la gente, en su poder de convertirse en una furia en movimiento ante la pobreza, la injusticia, el dolor de los otros. En nuestra capacidad como colectivo para rectificar el mal. Pero ya no lo tengo claro. Lo siento. ¿Podría un gobierno hacer una Ley de Vivienda que responda a las necesidades actuales, que limite precios, que termine con el alquiler vacacional, que haga accesible el acceso para todos? Lo dudo. Y si así fuera saldrían votantes cavernarios a decirte que estás limitando su libertad para hacer negocio y premiando a los "vagos", aunque ese mismo votante tenga hijos de treinta y tantos que no pueden independizarse o, él mismo, no tenga ni dónde caerse muerto. ¿Podría un estado aplicar una política criminal basada en el asesinato masivo y premeditado, llevar a cabo un genocidio a la luz del día, sin que la comunidad internacional mueva un dedo?Parece mentira, pero hasta ese punto hemos llegado. Ahora mismo me resulta más fácil creer en unicornios azules que en el futuro de nuestra civilización.
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