Es muy poética la frase de que "al pueblo lo salva el pueblo", pero la verdad es que, sobre todo, lo salvan las urnas. Y hay que recordarlo ahora que las llamas arrasan nuestros montes y que la derecha vuelve a utilizar una catástrofe como arma política. Los incendios son competencia de las CC.AA. Lo dicen las leyes, sin ápice de duda: la gestión del dispositivo, la prevención y la planificación dependen de los gobiernos autonómicos. Fingir lo contrario es manipular a una ciudadanía que sufre y a unos bomberos que se juegan la vida en cada frente. Cuando escuchamos a dirigentes del PP decir que “hemos perdido tres días” o que “el Gobierno estaba de vacaciones”, no estamos ante un análisis crítico, estamos ante mentiras deliberadas, ante una propaganda barata: titulares diseñados para incendiar redes sociales. Lo mismo de siempre. Resulta patético ver cómo Feijóo monta un falso “puesto avanzado” a ¡17 kilómetros del fuego!, retirando incluso un bulldozer de las tareas de extinción para que le hiciera de atrezo en su rueda de prensa. Los incendios no son mala suerte. Son la consecuencia de años de recortes en prevención, en limpieza de montes, en personal de refuerzo y en medios forestales. Son la ceniza acumulada de cada presupuesto en el que se prefirió gastar en toros, en propaganda o en fotos antes que en cuidar lo que de verdad protege a la gente. Una gente que, también hay que decirlo, ayer se quejaba de pagar impuestos y hoy exige un bombero forestal en la puerta de cada casa. ¡A cada uno lo suyo! Y mientras bomberos forestales y voluntarios se dejan la piel, la derecha prefiere la foto fácil, el titular falso y el ataque burdo. Castilla y León ha recortado hasta un 90% sus presupuestos en prevención en los últimos 13 años, contrata "peones especialistas de brigada forestal” (el término “bombero forestal” no existe en los convenios porque acarrea mejores condiciones) a través de empresas subcontratadas y ofrecen contrato de tres meses con sueldo que apenas llega a 1.300 euros mensuales. Y mientras los fuegos consumen montes, destruyen pueblos y segan vidas; los servicios de emergencia se ven desbordados, y la ciudadanía, en muchos casos, queda abandonada a su suerte.
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