Lo confieso: me pierdo en este mundo dominado por la velocidad presuntamente necesaria, del griterío tonto, de la venta ambulante en las pantallas, de la reivindicación de la idiocia y de la búsqueda del clip viral que, en realidad, no sirve para nada. La estupidez es ahora un filón, un negocio seguro. La gente pasa horas viendo a seres estúpidos diciendo y haciendo estupideces. En ese sentido yo soy un raro y mi única aportación decente al mundo que me ha parido es el de la sala de "no estar". Es mi gran invento para desaparecer, desconectarme, dedicarme a la bella ocupación de la lectura o para practicar lo que comúnmente viene siendo hacer el haragán sin tener que dar explicaciones. Ahora, mi nuevo proyecto, es abanderar causas perdidas. Y me gustaría comenzar por reivindicar el valor del torrezno. Se que lo tengo difícil en un mundo donde la gastronomía es la nueva moral, donde hay gente que tiene los riles de publicar una foto de un plato de sardinas asadas mustias aderezadas con perejil y esperar que le lluevan los "me gusta", donde muchos confunden comer bien con ser buena persona y otros creen que dar una buena educación a sus hijos pasa por alimentarlos de un modo estricto y sano. Hemos sacralizado que el azúcar es el nuevo enemigo, una droga peligrosa que debemos desterrar y que las “piezas” de fruta son el bien. Hay peña que va a un restaurante convencida de que todo está bueno porque el chef le reza a los cuchillos y ritualiza el encendido de los fogones. Hay quien entra en trance o tiene un orgasmo cuando el maître les aconseja una esfera de tartar de salchichón de bellota hispánica con mousse de foie gelificada con gelatina de vino de hielo rosa. Hay gente que lleva años probando "superalimentos" como si buscara el Santo Grial o acudiendo a garitos gastronómicos que prometen "comida orgánica" (¿Qué coño como yo?. Pues bien, a la mierda los chefs famosos, los restaurantes de moda, los nombres de platos que requieren traductor, la quinoa, la chía, las bayas de goji, el açai, el kale, la col rizada, la cúrcuma, el jengibre, la espirulina, el tofu, el sushi plastificado, el aguacate, el té verde y su ramera madre. Compra en la carnicería un buen torrezno para freír y deja que surja la magia mientras mojas pan en la grasita. Y apúntate a torreznossinfronteras.org
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