sábado, 20 de septiembre de 2025

Ensayo

 Hace unos días pude ver un vídeo de la brutal ejecución de un caballo en Gaza, a manos del "heroico" ejército de Netanyahu. Ese ejército que con el armamento más moderno y letal, "donado" o comprado a países que dicen defender los derechos humanos en horario de oficina, está desarrollando la gesta de masacrar a un pueblo sin estado y sin ejército.

 El caballo se llamaba Karat. Era solo un caballo que, para su desgracia, transportaba harina para amasar pan. Quizá porque en Palestina eso era normal. Quizá porque en Palestina se pasa hambre y la gente se alimenta a diario con un puñado de harina y agua mezclada con tierra. A Karat, dos aguerridos soldados del genocida ejército de Israel le descerrajaron tres tiros en la cabeza. El caballo se desplomó y, con él, la harina que portaba. Una harina que ya no sé podría amasar ni mucho menos cocer. Una harina que ya no podría prolongar un día más la hambrienta existencia de niños y niñas gazatíes. Karat era un caballo, sólo un caballo. Quizás fuese otro de esos peligrosos terroristas de la asesina organización de Hamás, pero no lo sé. ¿Qué necesidad había de asesinarlo? Hasta la pregunta me parece cínica.

Vi el vídeo con la misma actitud con la que en su momento vi el reportaje donde Almudena Ariza nos contó la historia del trauma de las mascotas israelís por los asesinos ataques de Hamás del 7 de octubre, aunque con 66.000 (o 680.000, según el último informe de la ONU) asesinados de retraso.

Hoy vemos esto, desde nuestros cómodos sillones y con nuestros modernos smartphones y nos horroriza. Y después pasaremos a ver algún otro vídeo de Tik Tok, o consultaremos nuestros grupos de WhatsApp, o asistiremos a un concierto, o lo que sea. Y se nos olvidará, porque nuestra memoria empieza a ser tan corta como nuestra conciencia social, adormecida por ese modo de vida convertido en un continuo reality show que nos mantienen aletargados para no ver realidades tan brutales como las del genocidio de Gaza, donde son asesinados, a diario, mujeres, niños, y también caballos. ¿Por qué también a los caballos? Quizá por la misma razón por la que bombardean escuelas, hospitales, o a gente mal alimentándose, para acabar allí con cualquier esperanza. Y de camino, aunque no nos demos cuenta, para proporcionarnos a todos un futuro sin esperanza.


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