En el sendero de la vida,
donde los caminos se bifurcan,
apareciste tú, hermana/o amada/o,
para ser compañeros en la travesía.
Con la sangre que nos une,
forjamos lazos indisolubles,
nos unimos por hilos invisibles,
que trascienden el tiempo y el espacio.
Y fue así que llega un momento
dónde tu risa es mi sonrisa,
tu llanto, mi dolor,
somos espejos de un alma inmortal,
enredados en un abrazo eterno.
Desde los juegos de infancia,
hasta los desafíos de la vida adulta,
compartimos penas y alegrías,
tejiendo así nuestra propia historia,
la que sólo a nosotros nos pertenece.
Es hermoso traer a la memoria
cada paso que dimos juntos,
empapados de complicidad y lealtad,
enarbolando la bandera de la sangre
como faro en medio de la oscuridad.
Recordar esos momentos
cuando éramos los mejores confidentes,
cómplices de grandes secretos,
cuando bastaba una mirada
para encontrar consuelo,
y en las palabras, sabiduría y aliento.
Sueño en noches de primavera
que cuando el mundo se desmorona,
y todo parece estar perdido,
mis hermanos siguen sosteniendo
mi refugio, mi roca firme,
la fortaleza que me impulsa a seguir.
No importa la distancia que nos separe,
ni las vueltas que dé la vida,
siempre seremos hermanos,
unidos por ese hilo sólido e invisible,
inquebrantable y perpetuo que es la sangre.
En este poema, os rindo homenaje,
a vosotros, hermano incondicionales,
aquel que comparte mi sangre,
que siempre vivirá en mi corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.