miércoles, 3 de septiembre de 2025

"Mi" vida no es mi vida.

A veces, ante la expresión de alguna gente de "soy dueño de mi vida" pienso lo mismo que cuando alguien que acaba de firmar una hipoteca a 30 años dice "pues ya tengo mi casa". Pienso: "hombre, tuya, tuya..." veces hacemos justo lo contrario. Nuestra vida depende de tantos factores, de tantas cosas, de tantos "otros"..., que a veces la conducimos por senderos que no nos gustan, rodeados de ruido y prisas, con una identidad basada en la competición, haciéndonos creer que es lo normal, conviviendo con gente que nada nos importa. En esta sociedad dominada por el ritmo acelerado y la productividad constante, tomarse las cosas con calma parece casi un acto de rebeldía. Vivimos atrapados en una rueda en la que siempre hay algo que hacer, un plazo que cumplir o una meta que alcanzar. El tiempo libre se ha convertido en un lujo y la pausa en un pecado capital. Todo tiene que ser rápido, eficiente y rentable, como si vivir despacio fuera una pérdida de tiempo. Hoy en día, tomar el sol en silencio, sin más tarea que respirar, es un acto revolucionario. Me he dado cuenta -creo que a tiempo- de que parar no es rendirse, es recuperar el control, que elegir un ritmo más lento es una forma de resistencia ante este sistema, que priorizar el sosiego, el disfrute y el bienestar no es flojera: es supervivencia. Si no frenas de vez en cuando, la vida se te escapa sin darte cuenta. Llega un punto en que cada día es igual al anterior y que escapar limitadamente de tu rutina es una fiesta. Al final te das cuenta con 60 años de que no sabes en qué momento se te fue la vida, que ésta se resume en nacer, crecer, intentar vivir, pagar una hipoteca, darte cuenta que es una mierda y morirte. Pues antes de llegar a eso recuerda que la vida no se ha hecho para comprenderla sino para vivirla... despacio.

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