lunes, 1 de septiembre de 2025

Ya están aquí

Ya están aquí, haciendo lo que mejor saben, lo que siempre han hecho, lo único que saben hacer: amenazar, insultar, amedrentar, agredir. "Varios encapuchados asaltan a menores migrantes cerca del centro de Hortaleza ". "Un grupo de ultraderechistas agrede al periodista Román Cuesta frente a su casa". "B. Ndongo -Vox- llama prostituta a Silvia Intxaurrondo". "Jaime de los Santos -portavoz del PP- llama prostituta a una periodista". Lo de Ndongo y los Santos no es una salida de tono: es un ataque directo, machista y peligroso contra unas periodistas. Cuando un dirigente del PP se permite llamar "prostituta" a una periodista en televisión, no solo la insulta a ella, señala a todas las mujeres que alzan la voz y pone diana sobre quienes les incomodan. La ultraderecha vive de fabricar insultos. No tiene un proyecto social, ni un modelo económico viable más allá de blindar sus privilegios. Lo suyo es degradar al adversario con palabras que funcionan como armas arrojadizas: feminazi, okupa, chavista, perroflauta, mena, liberticida. No son simples exabruptos, son una estrategia. El insulto se convierte en un arma. El lenguaje, en trinchera. Quien defiende derechos humanos es tratado de ingenuo patológico. Quien rescata migrantes se convierte en "negrero". Quien exige justicia social es acusado de "chavista". Pero cuando se pronuncia la palabra precisa -nazi-, el artificio se derrumba. Los mismos que agreden a diario claman persecución. Los verdugos se disfrazan de víctimas. Prefieren autodenominarse patriotas y esconderse tras la bandera de la que se han apoderado. Lo que no soportan es el término que los conecta con dictadores, con las fosas comunes, los campos de exterminio y la memoria del horror. Su gramática es simple: licencia absoluta para insultar, hipersensibilidad cuando se les devuelve el espejo. El tertuliano vociferante, el diputado inflamado o el troll digital comparten la misma dramaturgia: degradar al otro y exigir respeto solemne para sí. El fascista no llora porque se le insulte, sino porque ha sido reconocido.

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