Vox volvió al pabellón de Vistalegre de Madrid para exhibir sus "alianzas internacionales". Pero le salió rana. Sin Milei, sin Meloni, sin Orbán, el acto de Patriots –el mayor grupo de extrema derecha en el Parlamento Europeo– no pasó de ser un mitin. Así que estos necrófagos aprovecharon un cadáver, el de Charlie Kirk, para montar su aquelarre fascista. Vox lo adoptó como un mártir de su propia causa. Los mártires sacralizan la violencia. La depravación se convierte en moralidad. Las atrocidades se convierten en heroísmo. El crimen se convierte en justicia. El odio se convierte en virtud. El asesinato se convierte en algo bueno. Pero, ¿quién era Kirk? En resumen, un fascista "cristiano". De esos cristianos que pisotean a cada paso los principios que dicen defender. Un tipejo que cuando una niña le espetó "Jesús dice que amemos a Dios y amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos", le aconsejó leer en Levítico 18 la frase donde dice que "si te acuestas con otro hombre serás lapidado hasta la muerte". Kirk defendía ferozmente la teoría del gran reemplazo y era un islamófobo enfermizo. Exigió que se derogara la Ley de Derechos Civiles de 1964 y se mostraba permanentemente despectivo hacia los negros, a los que calificaba de idiotas y merodeadores. Creó una fundación para purgar a los profesores y maestros con lo que él llamaba agendas «radicales de izquierda». Abogó por las ejecuciones públicas televisadas, que, según él, deberían ser de visionado obligatorio para los niños. Encarnaba la hipermasculinidad tóxica, definió a Trump como a "un gigantesco que te jodan" al movimiento feminista, fetichizaba las armas y defendía la idea de "acotar" la libertad de expresión y otras libertades siempre que fuese "conveniente". La muerte, victimización y elevación a la categoría de mártir de este "angelito" será muy útil a la ultraderecha. La historia ha demostrado muchas veces lo que vendrá después. El nombre de Kirk se utilizará para justificar otros asesinatos, exaltar la violencia y acelerar el camino hacia la tiranía, que es lo que él mismo hubiera querido. Los disidentes, los artistas, los homosexuales, los intelectuales, los pobres, los vulnerables, las personas de color, los extranjeros indocumentados o aquellos que no repiten sin pensar el discurso de este extremismo cristiano pervertido, serán condenados como elementos que deben ser extirpados del cuerpo político y social. Se convertirán, como en todas las sociedades enfermas, en víctimas de ese falso intento de lograr la renovación moral y recuperar la gloria y la prosperidad perdidas. Pese a todo, Kirk, descansa en paz.
 
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