Para una sociedad basada en la producción -para beneficio de algunos- y el consumo incesante de mercancías la razón, el pensamiento, la reflexión, son cuestiones superfluas y prescindibles. La peste del totalitarismo amenaza con desatar una epidemia de sinrazón favorecida por el sistemático desprecio al pensamiento, el sentimiento, la empatía y todo lo que nos hace humanos. Estamos asistiendo impávidos a una reedición corregida, y no se sabe si aumentada, del asalto a la Razón. Y la esperanza de resistirlo pasa por el diálogo, esa rareza en la era digital debido a la prevalencia de la comunicación rápida e informal a través de medios como chats y mensajes de texto, que han sustituido la oralidad y reducido los espacios de conversación cara a cara. Se ha convertido en un tópico la imagen de dos o más personas juntas, enfrascadas cada una en su móvil, tablet u ordenador. Si entre sus cuerpos hay apenas unos centímetros, sus consciencias distan años luz. Se dice que dos no discuten si uno no quiere, pero es necesario que los dos quieran para entablar un diálogo fructífero y no de sordos o de besugos, lo cual entraña privilegiar la variable ética sobre la instintiva. Y eso es un problema porque somos seres cada vez más instintivos, más impulsivos, atenuando así nuestra capacidad humana de reflexionar, elegir y cooperar. Eso explica muchas, muchas cosas.
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