En los tiempos que corren deberíamos reflexionar sobre la frase que dice, "valora lo que tienes antes de que el tiempo te enseñe a apreciar lo que perdiste". Cuando muchos se empeñan en convencernos de que nuestro país es un caos y conviene "empezar a cavar la fosa donde reposarán los restos de un Gobierno que nunca debió haber existido", deberíamos de volver la mirada a otros países donde ya gobiernan las ideologías que aquí están por venir y ver el sufrimiento social que allí están provocando. Hablo de la Argentina de Milei, de los EE.UU. o de Grecia. En España, esta semana, se presenta la ley de reducción de la jornada laboral, que será rechazada "gracias" al veto de los partidos de las derechas nacionalistas: JxCat, PP y Vox, siempre atentos a rechazar cualquier medida de mejora de las condiciones laborales. Mientras, en Grecia, en un contexto de inflación persistente, salarios estancados y pensiones a la baja, el gobierno de la derecha implementará una reforma laboral que, entre otras cosas, autoriza imponer la jornada laboral de 13 horas; permite a las empresas de sectores como la industria o el turismo imponer un sexto día laboral; aprueba los contratos de "guardia o cero horas", un contrato sin horario fijo, donde el empresario puede convocar al trabajador con solo 24 horas de antelación; se flexibilizan los horarios a merced de las necesidades productivas, aumentando la inestabilidad; se
facilitan los despidos; se limita la actividad sindical; durante el primer año de contrato se elimina la indemnización por despido; se restringe el derecho a huelga con penas de hasta seis meses de prisión y multas de 5.000 euros por bloquear accesos durante protestas; se reducen las inspecciones laborales (un servicio ya subfinanciado) abre la puerta a abusos generalizados por la falta de controles estatales efectivos, las empresas manipularán horarios y evadirán pagos de horas extras, profundizando la brecha entre ganancias de la empresa y pobreza de los trabajadores. Muchos creen que los derechos vigentes son irreversibles. En absoluto. Pero sigue vigente la frase de "no hay nada más idiota que el obrero que vota al partido que lo explota".
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