martes, 15 de abril de 2025

El campo ya no es lo que era

 El campo ya no es lo que era. El campo ahora es una mierda con verdor. Sin haberlo conocido, añoro el tiempo donde los descampados eran el escenario ideal para que la Virgen María se apareciese a los niños pobres -preferentemente pastorcillos- las mañanas de sábado. Niños que respiraban aliviados al sentirse liberados de esa fiebre de querer nombrarlo todo con artificiosa precisión cuando el cura del pueblo les aclaraba que habían visto a la madre de Dios. Así, sin nombre. Sin identidad. Una mañana de sábado. Las mañanas de sábado son cojonudas para el prodigio de una aparición: los colegios cerrados y los cielos abiertos, el único ascensor social que le queda a los niños pobres, porque la escuela pública ya no eleva con el conocimiento, degrada con memeces pedagógicas. Pero total, entre una aparición mariana y una imagen de IA en pizarra digital no media mucho espacio. Las apariciones no tenían hora fija, sólo ocurrían los sábados por la mañana. Lo tengo contrastado. Los imaginativos e iletrados pastorcillos no registraban nada por escrito. Bastante tenían con aclarar sus legañas y limpiarse los mocos con la bocamanga. Tampoco había soporte gráfico. Todo acababa siempre siendo patrimonio de la oralidad. Los sábados la Virgen María se aparecía, jovencísima, rubia y azul, a los niños pobres y renegridos de mugre en los descampados. No han trascendido muchos detalles más, según los libros apócrifos que leían los hombres ricos. Rubia y azul se aparecía, como una valquiria católica, desubicada entre la teología, las majadas y las estampas de catecismos y dormitorios, deseosa de parajes naturales donde aparecerse, que las iglesias son sólo la casa oscura de su hijo. La Historia Sagrada es obsesiva en su intento de ligar a sus figuras sagradas con los pastorcillos. Si Jesús hubiese nacido en una ciudad moderna, lo habría hecho en el portal de un bloque de viviendas de protección oficial y aquello, en vez de pastorcillos, se hubiera llenado de tenderos, repartidores de publicidad, mirones, Riders y visitadores inmobiliarios. No hay color. El campo, aunque desmejorado, es otra cosa. Aparécete tú, en vez de a unos pastorcillos en el campo, a un grupo de adolescentes en un parque amorrados a sus móviles. Ni puto caso. De todos modos está demostrado que desde que hasta los pastorcillos tienen smartphones, las apariciones marianas se han resentido una barbaridad.

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