martes, 15 de abril de 2025

Jóvenes víctimas 23-3

 No pocas veces, observar la realidad tiene como resultado un puñetazo en el estómago. La cruda observación de la realidad, sin filtros ni ambages, es del todo necesaria pues pone el foco en las entrañas de los problemas. Uno de ellos es el de nuestros jóvenes, víctimas del mundo que les hemos legado, un mundo donde apenas hay posibilidad de conjugar el futuro. Es una- o varias- generación atrapada entre la promesa de conexión infinita a un mundo ilusorio que sólo engendra frustración y el abismo de la deshumanización. Ya me falta prosodia para reflejar la toxicidad de las redes sociales. La mayoría de los jóvenes -y no pocos adultos- les han entregado su vida y vendido su alma como un inocuo pasatiempo adolescente. Craso error, pues son un campo minado donde la identidad, el valor personal y las relaciones se construyen y destruyen bajo la influencia de algoritmos implacables que ignoran los intereses de la persona. La mayoría de los jóvenes no encuentran en su entorno una guía sólida para "navegar" este mundo. Y así, por ejemplo, en lugar de educación sexual basada en el respeto y la empatía, su primer contacto con la sexualidad llega a través del porno digital, un torrente de imágenes y narrativas que cosifican a la mujer, reduciéndola a un objeto de deseo o desprecio. Esto deja a los adolescentes a merced de una cultura digital que exalta la dominación y la misoginia, distorsionando su percepción del amor, el consentimiento y el respeto. Las certezas respecto a la toxicidad de los dispositivos digitales son infinitas y, sin embargo, la dejadez y la comodidad de las familias, la inacción de las instituciones y hasta la acusación de atentado a la libertad que hacen los neolibertarios de pacotilla, hacen que no se ataque el problema de raíz. Sólo hay que ver a bebés con un móvil entre las manos para que sus padres estén tranquilos; como el smartphone ha pasado, de ser un regalo estrella para niños y adolescentes, a una demanda innegociable de éstos a unos padres entregados a la causa de "evitarse problemas"; o como la escuela sólo ha empezado a prohibir el uso del móvil en los Centros cuando el problema ya había devastado las aulas. Mirar cara a cara a la realidad puede resultar incómodo, pero nos muestra cómo los dispositivos, lejos de ser meras herramientas, se han convertido en extensiones de la identidad -cada vez más pobre-del adolescente, amplificando su alienación, su aislamiento y cebando el individualismo que caracterizan a una sociedad capitalista obsesionada con el consumo y la inmediatez. Jóvenes, y no tan jóvenes, se mueven cada vez más en un entorno donde la interacción cara a cara cede terreno a pantallas que prometen libertad y conexión pero entregan dependencia y soledad. El resultado es una creciente desconexión emocional, un caldo de cultivo para la frustración y, en última instancia, los problemas mentales y hasta la violencia.

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