martes, 15 de abril de 2025

Terrapoyistas

 Mi principal argumento contra el terraplanismo es que, si el mundo fuese plano, cientos de tontos se despeñarían a diario por los bordes. La tontería empieza a ser un gravísimo problema de seguridad pública. Vaticino que antes de cinco años el INE confirmará que España ha alcanzado la cifra de tres tontos por habitante. Antes, el prototipo de tonto era el de pueblo, pero ahora es dominante el tonto de la gran ciudad. Tienen una capacidad de adaptación sorprendente, visible en la rapidez con la que saltan de tontá en tontá. Suelen ir siempre a la última moda, conocer al detalle la vida de gente estúpida, hacer seguidismo del primer lerdo que les inspire y soltar lo primero que se le pasa por la cabeza. Ellos son los responsables de modas como la ingesta de hierbas, las morcillas veganas, los pantalones rotos, los mocasines sin calcetines, las sandalias con calcetines, el seguimiento de influencers, ver y hacer gilipolleces en tiktok y la saturación de talleres. Hay talleres para cualquier cosa. Son cursos, clases o charlas en la que se supone que hay interacción, un pinta y colorea o alguna actividad en la que hablar con alguien y no sentirte tan solo. Me fascinan los talleres de creatividad que llevan años repitiéndose, el de respiración responsable, flores comestibles para niños, control mental de la diarrea, empatía con el meningococo o aceptación de la identidad sexual de tu mascota. Aceptémoslo, estamos en la era del tonto cibernético enamorado de un Starbucks. La fuga de cerebros y arrancar olivos, son parte de un plan para dejar sitio a los tontacos. Pero, advierto, pronto no habrá pueblos para tanto tonto.

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