Acción-Reacción. A la par que los móviles evolucionan hacia los teléfonos inteligentes, muchos usuarios avanzan en su esfuerzo de ser cada vez más memos. Y maleducados, y engreídos, y narcisistas. Me opongo. Cuando la gente empezó a perder el sentido de la privacidad y comenzó a hablar por el móvil en la calle, con la mano tapándole una oreja, bien parecía que las calles se llenaban de desgraciados a los que acababan de dar una pedrada en la cabeza y gritaban doloridos. Ahora se extiende la moda de hablar por teléfono sin teléfono. Es algo para lo que no sé si estamos preparados. Yo no me acostumbro. Lo veo raro. Van tan felices, metidos en su conversación, gesticulando con las dos manos, con la mirada perdida. Son locos con coartada, pero locos al fin y al cabo. Parece que quieran decirle algo al resto del mundo. Cuando me cruzo con uno, siempre creo que me está hablando a mí. Y me incomoda, su necedad y su contaminación acústica del sentido común. ¿Para que quieren tener las manos libres cuando hablan si después no saben qué hacer con ellas y gesticulan a cascoporro? Cuando se trata de gesticular, las manos las carga el diablo. Y milagrito sea que no te acabes rascando públicamente el culo. Cuando me cruzo con uno de estos vociferantes locos con coartada trato de mirarlos a la cara y preguntarles si se dirigen a mí y si quieren algo. Pero desisto cuando les oigo decir: ¿Me oyes. Me oyes? No. Que digo, ¿si las pechugas están en la nevera? Entonces me doy cuenta que están en otra dimensión. Son sombras, fantasmas, espectros, vivos que están, durante un rato, muertos. Y cuando vuelven a la vida, siguen siendo imbéciles.
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