martes, 15 de abril de 2025

La liamos con los baristas

 Menuda la hemos liado con la opinión sobre esas modernas logias de la francmasonería de la infusión, esos templos de la sabiduría cafetera, esos santuarios donde los maestros caficultores custodian la pureza del tueste y el aroma de los granos de arábica, esas cortes parnasianas que miman a los futuros genios del Latte Art. El problema es que yo debo ser un triste sin aspiraciones que no quiere probar nuevas experiencias para sentirse un personaje de Star Wars en una galaxia muy lejana a base de probar sucedáneos semi industriales de nombre inglés. Prefiero la calidez de lo cotidiano, de lo casero y conocido. Al igual que me pasa con las gasolineras de autoservicio, las cajas de autopago y las compras por internet, evito visitar territorio "barista". No voy a colaborar para que el bar tradicional con señores mayores jugando al dominó, en el que el café cuesta un euro y pico, quede reservado para el turismo rural y las cajas de experiencias. No hablo en vano: Un conocido cercano (que a este paso va a tener que completar el sueldo pidiendo limosna en la parroquia del barrio) se hinca cada día en su cafetería franquicia de confianza un "latte macchiato lactose free" de seis euracos porque en el Bar Paco el café le sienta mal. Una vez fui con él. El sitio (lo más parecido a una cuadra recién "blanqueá") estaba como a medio terminar y tenía por mobiliario lo que venden en Centro Reto. Tras ver la carta de cafés, pedí uno solo, porque no hablo idiomas. Me sirvieron apenas un dedal de un líquido traslúcido que tardaron unos veinte minutos en preparar. Juraría que oíencantamientos mientras molían el café al ritmo de fado y guajira de salón. Después creo que le rezaron a las cafeteras e hicieron algún tipo de ritual vudú con las tazas. Miré a ambos lados de la barra, buscando azucarillos por si aquello sabía a rayos. Nada en el horizonte. "Nuestro café es tan bueno que se toma sin azúcar", me dijo el gurú del Saimaza gourmet. "Es que Intento desarrollar diabetes. Es un proyecto personal", repliqué. Por suerte, siempre llevo un tarrito de miel en él chambergo. Mientras me bebía aquello (que no estaba malo, pero tampoco era para componerle una oda), mi conocido, tras pontificar que "el café se hace mal y se toma peor", me espetó que lo que yo tomaba por la mañana seguramente sería un brebaje ácido. Cómo no era cuestión de cagarme en su puta madre, ya que iba a invitarme, me limité a decir: "Bueno, pero me permite migarlo. En cambio éste, no tiene ni medio churro". Se quedó descolocado y pasó a recitarme las virtudes de aquel elixir oscurísimo. Creo que de su boca comenzaron a salir granos de Robusta fermentados. Hay sectas con menos afición a los rituales esotéricos y con menor prosopopeya. Y, sobre todo, más baratas. Todavía se discutirá en foros de internet por qué se crítica tanto a sitios como Starbucks. Bueno, les veo una ventaja: Todo fulano tiene derecho a sentirse seguro y acogido cuando llega a un aeropuerto o a una ciudad extraña. Sentirse parte de algo es importante. Es el placer de la compañía. Por eso evito los sitios donde una miríada de snobs me mirarían como María Antonieta al servicio cuando echo sacarina al café, muevo la cucharilla en sentido contrario a las agujas del reloj y, si se tercia, lo acompaño con un pestiño.

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