miércoles, 30 de abril de 2025

Otra sin aprender a hacer pan

Perdón por existir en un tiempo que no es el mío. Yo debo ser un raro de cojones o lo que viene siendo, literalmente, un inútil de manual. Me ha vuelto a pasar lo mismo que durante el confinamiento. Entonces ni aprendí a hacer pan con masa madre, ni me hinché a hacer aerobic de salón, ni visité virtualmente los mejores museos del mundo, ni recuperé los juegos de mesa, ni pinté acuarelas, ni me integré en la orquesta de los balcones del vecindario. Sólo tuve tiempo de encabronarme con esa estafa de la enseñanza on line y atender a adolescentes sin control, padres descerebrados y autoridades incompetentes. Ahora no he sido capaz de aprovechar el "apagón". Diecisiete horas sin luz y no he sido capaz ni de terminar mi gigantomagnífica novela, ni de escribir dos artículos de opinión sobre lo mega guay de desconectar, ni de volver a lo analógico, ni de ver a los niños riendo en el parque, ni de escribir no sé cuántos poemas, componer canciones, pintar cuadros o construir un complejo sistema filosófico que explique el Todo. Vamos, que de nuevo he sido todo lo contrario de un hombre de provecho y he perdido miserablemente el tiempo. Me agobio con eso, porque pienso que todo tiempo libre en el capitalismo, por muy apocalíptico que sea, lo aprovecha el personal para seguir produciendo, no al servicio del capital, pero si al servicio del consumo, de la imagen personal, de la notoriedad... Aunque supongo que también aquí hay clases. Es igual, pero no es lo mismo, que el apagón te deje varado en un aeropuerto o una estación de tren jodiéndote las vacaciones, que te deje atrapado varias horas en un atasco, porque trabajas en el centro pero vives en la quinta puñeta porque tu sueldo no te permite un alquiler próximo a tu centro de trabajo. De nuevo leemos y escuchamos a las "víctimas" del apagón, a los que desde su casa hubieron de soportar la terrible tragedia de no atender sus redes sociales, mandar Whatsapps, ver una serie en su plataforma, hacer un almuerzo y una cena caliente o usar el telesilla para subir a esquiar. Y, de nuevo, fueron los trabajadores de supermercados, bares, limpieza, centros de salud, colegios, hospitales, bomberos, policía... los que, como siempre, fueron los que pusieron su empeño en una situación de crisis. Ojo, me alegro mucho por quien pudo vivir el colapso energético de una forma amable, que supo ver lo bonito de toda la situación, quien lo pasó en comunidad y con la calma de estar a salvo, quienes petaron las terrazas de los bares, cogiendo fuerzas para ejercer después la crítica irracional.

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