Nadie dijo que no haya que esforzarse. Nadie niega que muchos, antes, y algunos ahora, con su esfuerzo lograron auparse un escalón en la escala social. Pero que nadie se engañe, la meritocracia es un cebo del sistema y un cuento que nos contamos aquellos a los que nos ha ido bien para demostrarnos decirnos que tenemos lo que tenemos porque nos lo hemos ganado, porque lo valemos. Nos han vendido la idea de que, si te esfuerzas, vas a triunfar. Que el éxito depende solo de tu talento y trabajo duro. ¡Mentira cochina!. La meritocracia es un mito que esconde las desigualdades del sistema y hace creer que todos tenemos las mismas oportunidades cuando no es así. Para que fuera real, todos tendríamos que arrancar desde la misma línea de salida. Pero no es así. No es lo mismo nacer en una familia rica que en una con pocos recursos. No es lo mismo tener acceso a buenos contactos que empezar de cero sin ayuda de nadie. Si de verdad el esfuerzo fuera lo único que cuenta, las personas que trabajan más duro -sal a la calle a las siete de la mañana- serían las más ricas. Pero no es así. Sabemos que el talento y el esfuerzo no son suficientes. Lo que realmente abre puertas es a quién conoces, de qué familia vienes o cuánto dinero tienes. Hay gente que nace con ventajas y otra que tiene que luchar el doble para conseguir lo mismo. Los puestos más altos -ahí están los datos- suelen estar ocupados por personas que vienen de entornos privilegiados. No es casualidad. La meritocracia es una especie de premio de consolación cuando los proyectos igualitaristas desaparecen de la esfera pública. Además acaba reproduciendo el poder de las élites sociales y económicas. La meritocracia promete igualdad de oportunidades pero en absoluto crea igualdad de condiciones. No solo es un mito, sino que sirve para apuntalar y justificar un sistema injusto. Hace que los privilegiados crean que se lo han ganado todo solos y que los que están abajo sientan que es su culpa, porque hace que, cuando alguien no triunfa, se le culpe a él mismo: “No se esforzó lo suficiente”. En esta vida muchos se esfuerzan, muchos trabajan como mulos, muchos tienen méritos, pero pocos tienen éxito y, menos aún, llegan a la cima. Lo que separa a unos de otros es el origen, las circunstancias vitales y un poco la suerte. Si Elon Musk hubiera roto a llorar en una favela de Brasil, en vez de en el seno de una familia con minas de esmeraldas, dudo mucho que ahora estuviera planificando cómo llegar a Marte y joder al mundo.
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