Estoy cansado de vivir en un país donde todo, absolutamente todo, se politiza. Por interés. A veces pienso que se pretende que la gente se aburra y se desinterese de la política dejándola en manos de los que la maltratan. Por eso criticar la politización de todas las cosas no debería llevar a la despolitización. La politización interesada es un arma contra el adversario, tanto ofensiva como defensiva. En ella la opinión desplaza al hecho, la ocurrencia al análisis, la extravagancia a la razón, el exabrupto a la palabra serena, el bulo a la verdad y la política permanece en la espuma de los días, diluyéndose en politiquería hasta fraguar en porquería. La politización interesada es evidente en la prensa, los medios y las redes. Hasta los programas de entretenimiento están politizados, convirtiéndo lo que debería ser un pasatiempo en un decorado para ejercer el adoctrinamiento ideológico. La politización desvanece las otras esferas de la vida: los problemas sociales, los temas de la salud, la educación, la ecología y la naturaleza, las creencias, las manifestaciones del arte, las letras y el pensamiento, la economía, las iniciativas ciudadanas, la ciencia, las relaciones personales, incluso el deporte y el espectáculo. El fenómeno empobrece a quienes lo ejercen y lo consumen y, lo peor, impide el análisis y el debate sereno sumiendo lo importante en la oscuridad impidiendo encontrar soluciones. Lo hemos visto con la catástrofe en Valencia. ¿Preocupa algo que no sea señalar culpables inmediatos, desviar responsabilidades o idear mentiras para exonerar y proteger a los que se aferran al poder?. Conjugamos un mar Mediterráneo a 2ºC por encima del promedio y una temperatura atmosférica de más de 1,6ºC respecto a los niveles preindustriales. ¿Qué puede salir mal? ¿A alguien le importa este detallito?. Comprobamos que los barrancos son caminos inexorables que el agua reclama cuando lo necesita; que tienen espacios inundables que en épocas de crecidas guardan el agua, la laminan, atenúan la fuerza de la barrancada y favorecen la recarga de los acuíferos. Pero, quién lo sabe y, sobre todo, a quién le importa cuando podemos alterar los comportamientos fluviales en beneficio de la urbanización desmedida. Hemos construido en los cauces hasta casi hacerlos desaparecer o reducir al absurdo su capacidad, lo que genera importantes cuellos de botella. Hemos hormigonizado el territorio, sellado el suelo con asfalto anulando su función de esponja, canalizado los drenajes en secciones ridículas y codos imposibles. ¿Planes de ordenación del territorio, de movilidad, de restauración hidrológica, de lucha contra el cambio climático? ¿Pero qué me está usted diciendo tío woke? Esto se soluciona con una buena comisión de investigación. Y hasta el próximo desastre.
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