Por sí mismas, las palabras están investidas de inocencia. Es la intención que se tiene al pronunciarlas las que las dota de uno u otro significado, positivo o negativo. Ya el filósofo mallorquín Ramon Llul dijo que “la palabra es el arma más poderosa”. Esto, en el contexto crispado y polarizado de la política actual, empieza a ser cuestión de supervivencia. Día a día vemos como el lenguaje da lugar a campos de batalla donde se juegan y se deciden las relaciones de poder, provocando que las palabras no solo comuniquen, sino que también moldeen realidades y configuren el orden social. Personalmente me asquea el modo en que las derechas se apropian, retuercen, prostituyen y pisotean el verdadero significado de hermosas palabras como libertad, pueblo, democracia, honradez... Cuando los "señoros" del Comité del Nobel, políticos designados por el Parlamento noruego, decidieron entregar el Nobel de la Paz a María Corina Machado, lo que hicieron realmente es retorcer, hasta hacerlo irreconocible, el significado de la palabra paz. Lo que hicieron fue un "fraude de significado". Fue llamar “paz” a lo que muchos llamamos intervención y tutela. Hecho el fraude le entregó el galardón a una persona que por años se ha puesto a disposición de una potencia extranjera para promover un golpe de Estado en su propio país. Alguien que ha llegado a pedir, incluso en foros internacionales, una intervención militar extranjera para "remover" a Maduro. Alguien que avala al Estado Genocida de Israel, y que, en plena devastación de Gaza, defiende a la entidad sionista con la gramática de la “autodefensa". Como hubiese dicho mi abuela, a esta señora le pega el Nobel de la Paz tanto como "a un santo dos pistolas". La decisión es mucho más que un error de casting: es una declaración política que termina por sepultar el ya discutible prestigio de un premio que ha ido transformándose en instrumento simbólico del capital global. El Nobel actúa como un aparato de hegemonía "atlántica" que convierte el orden imperial en una tan supuesta como falsa virtud moral. Sin saberlo, el Comité, con sus seguras presiones e influencias, ha decidido dar la razón a Marx y Engels cuando dijeron: “El derecho no es sino la voluntad de la clase dominante erigida en ley”. Aquí, la “paz” es la voluntad de las potencias erigida en ceremonia de consumo. El continuo ataque al lenguaje inclusivo o de "espíritu woke" y el despliegue en los foros de derecha extrema de ese lenguaje patriotero de desmanes factuales, dislates verbales y tópicos ñoños, no es sino otro escenario de su declarada guerra cultural.
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