viernes, 17 de octubre de 2025

Para Promoción

En una fase ya avanzada de lo que iba a ser mi tesis doctoral (Transformación y destrucción del casco histórico de Córdoba a través del instrumento legal de la ruina urbanística, 1950-1986), y cansado ya de batallar con "cordobitas" que decían amar lo que desconocían y justificaban la adulteración de la "ciudad heredada" en nombre del "progreso", encontré un artículo de Herbert E. Caen, ganador del premio Pulitzer, donde decía que "una ciudad no se mide por su longitud y anchura, sino por la amplitud de su visión y la altura de sus sueños". Decide utilizarla como exergo de la tesis.

Muchos años después, y cada vez más, sigo pensando que tenía razón. Como también creo que desde hace tiempo las fuerzas dominantes -y son muchas- se han empeñado en destruir esos sueños.

Yo, que por lo general soy poco dado a excesos de optimismo, creo que todo -al menos todo lo hermoso- va degenerando. La ciudad clásica -con sus sombras- fue, ante todo, un lugar de plaza, ágora, discusión, elocuencia. La ciudad servía para salir de la casa y encontrarse con otros que también habían salido de la suya. Hoy las ciudades son, cada vez más, "deslugares", espacios que no guardan relación con la comunidad en la que se insertan, donde no hay una comunicación entre el lugar y las personas que lo habitan a diario. Las ciudades están envenenadas. Mancha el humo de los coches, mancha la contaminación, mancha el desinterés humano. Todo está lleno de carteles con gente incitándote a comprar algo, a venderte algo, a votar por alguien, a odiar a alguien. Aunque no despreciemos el ingenio popular reflejado en pintadas callejeras que te despiertan la sonrisa. Recuerdo tres: "Contra el hambre: Come"; "Levantáos vagos, la tierra para el que la trabaja" (en la tapia de un cementerio gaditano); "Viva Franco (Y con otra letra y otro color) Battiato.

Hoy el ágora ha sido sustituida por los centros comerciales, grandes superficies estandarizadas, no importa la ciudad donde te encuentres, son exactamente iguales entre sí. Su esencia no se ve alterada o influenciada por los factores sociales, culturales y humanos de su entorno. La gentrificación está devorando las ciudades, hurtándola a sus habitantes. Muchos de ellos son expulsados por la transformación del Centro, generalmente respondiendo a tendencias del mercado o dinámicas del tardocapitalismo. Aunque no hay nada nuevo. ¿Habéis oído hablar de los 'asustaviejas"? En Córdoba, a principios de los 50, muchos propietarios ya utilizaban a familias gitanas para expulsar a sus inquilinos, preferentemente personas mayores y, sobre todo, mujeres.

Hoy vemos como los barrios pierden su esencia. En un proyecto de nueva distritación de Córdoba que Cristina Martín y yo hicimos para el Ayuntamiento, nos sorprendió que muchos vecinos de siempre de los barrios de Valdeolleros, Santa Rosa, Huerta de la Reina o Margaritas, cuando se les preguntaban cuál era su barrio contestaban: El vial norte. Que viste más, nos decíamos nosotros, que llegamos a la conclusión que vivir en un barrio obrero limítrofe con una moderna zona urbana acredita automáticamente pertenecer a la clase media.

Hoy incluso el Centro, ve desaparecer el comercio local en pos de franquicias de marcas multinacionales, de espacios orientados a servicios de última generación o de ocio "hipermoderno" ¿Cuántos bares de siempre han cerrado para que se abra una cafetería de especialidad, un burguer, un restaurante de orientación turística o cualquier otro negociete cool? Los centros de las ciudades -da igual dónde estés- empiezan a parecerse como gotas de agua.

Ni una pizca de originalidad. Son escenarios para la práctica mercantil. El caso de la turistificación es exactamente igual, solo que "el asesinato" de los barrios se produce para amoldarse a los gustos o dinámicas de los turistas, en detrimento de las necesidad o interés de los vecinos. El efecto sobre sobre el acceso a la vivienda es demoledor. Cuando la ciudad deje de ser un lugar, cuando su vida deje de estar enraizada con la vida y desarrollo de las personas que la habitan estaremos condenados. La ciudad se está convirtiendo en una "tristeza urbana". Los edificios no dialogan, las personas corren y consumen y el cansancio se adueña de los cuerpos. Los niños se esconden y no huele a flores. Hay auténticas estrategias urbanísticas pensadas para desanimar a estar, a permanecer, en lugares donde el objetivo no sea consumir. Los bancos se acortan, se les colocan piezas intermedias o bases onduladas para que los indigentes no puedan dormir en ellos. Las fuentes públicas desaparecen. Se talan árboles, se diseñan espacios áridos, duros, tan amplios como inhóspitos, cementados, granitizados, que a lo que menos invitan es a la permanencia. A este paso me temo que pronto se prohibirá circular a menos de 30 metros de una terraza sin consumir o se apostarán francotiradores en las azoteas para abatir a los transeúntes y paseantes sin intención de hacer gasto. Decía Fraga que la calle era suya. Hoy la calle es de quién pueda pagársela. Sin casa y, pronto, sin calle. Vaya futuro que tienen nuestros jóvenes.

Dijo Maquiavelo que "el único medio seguro de dominar una ciudad acostumbrada a vivir libre es destruirla." Cuanta verdad. Y cuantas formas de hacerlo.

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