El artículo establece, más allá de las notables diferencias, un paralelismo digno de tener en cuenta. El destino de la II República española y la tragedia de la Guerra Civil, no pueden explicarse sin atender al contexto histórico, tanto interno como externo: secuelas de la Depresión del 29, que castigó duramente a Europa; consolidación de los totalitarismos fascistas; miedo de la burguesía europea a la extensión del comunismo.... Pero también al miedo, a la inacción, a la inoperancia de las democracias occidentales. La Sociedad de Naciones, "gracias" a EE.UU., nació muerta. El Pacto de No Intervención fue una pantomima, un autoengaño. Y la Política de Apaciguamiento un monumental error que no fue ajeno a oscuros intereses. De aquellos lodos, estos barros. La inacción condenó a la tragedia, no ya a la República española, sino a buena parte de su sociedad. Pero también permitió el Holocausto judío. No olvidemos que la "sensación de culpa" de los vencedores de la II guerra mundial favoreció la creación del Estado de Israel, y sigue estando en la base -por ejemplo- de la más que vergonzosa posición de Alemania respecto al genocidio en Gaza.
Pero, además de esto, yo ahora veo algo mucho más preocupante, más allá de posicionamientos políticos, nauseabundos intereses y mierdas geoestratégicas. Me refiero a la deriva de una buena parte de la sociedad que, entre otras cosas, está en la base de los avances de la ultraderecha a nivel mundial. Me refiero a la creciente indiferencia ante el sufrimiento ajeno, algo que se está convirtiendo en algo normal y duradero. Mirar hacia otro lado, “que lo arreglen ellos o el estado”, o posicionarse claramente en contra de los más débiles, son posturas que se constatan, en medio de una sociedad donde sólo parece interesar el consumo convulsivo y los pasatiempos sin freno. Cada vez menos gente tiene "tiempo,"para detenerse, pensar, acompañar e intentar aliviar el sufrimiento o la injusticia ajena. Y aún menos para alzar una voz razonada y comprometida. Me preocupa enormemente la incapacidad de cada vez más gente para, simplemente, escuchar el clamor de tanto sufrimiento.
La indiferencia se alimenta de muchas maneras, formando parte de un sistema de pensamiento y vida. Por eso conecto este fenómeno con el avance de las derechas.
Más allá de su vertiente política (aunque ya no veo política alguna en los cuerpos destrozados de niños palestinos), las situaciones que estamos deberían interpelar a nuestra conciencia, sacudirla, golpearla violentamente. Pero cada vez hay más gente que ve el sufrimiento de los demás como algo ajeno, pues están muy preocupados y atareados por mantener o mejorar su propio bienestar. Es egoísmo social en estado puro, una seña de identidad de las derechas extremas.
Y, como siempre, la evidencia del horror queda oculta bajo una venda de opinantes e "informadores" que han ponen entre nosotros y los hechos una pantalla de argumentos interesados. “Esto es muy complejo”, dicen, y machacan la evidencia. Me indigna cuando oigo en los medios calificar de "ofensiva" los crímenes planificados que a diario comete Israel.
Estamos asistiendo a un genocidio televisado, para que no quede duda, pero, lamentablemente, cuanto más percibimos el horror, la tragedia, el dolor, más alejados nos sentimos y menos merecen nuestra ayuda.
¿Cuál es, para alguna gente, el peso del dolor por cada persona asesinada en Gaza? Esa gente que es capaz de ver imágenes de masacres sin sentir nada, como si lo que ven no hubiera sucedido.
Ante el sufrimiento de las víctimas no cabe la indiferencia, el silencio o la equidistancia. Lo evidente es la muerte y el desamparo de miles de inocentes bajo las bombas de un ejército genocida que, en nombre de una supuesta legítima defensa, actúa en contra del derecho internacional y la dignidad humana; o de los miles de personas que mueren en su intento de alcanzar un lugar donde poder llevar una vida más digna de todos ser humano. Pero muchos te sueltan un terrible y desmoralizante "¿y qué?"
Todos deberíamos sentirnos implicados en el cuidado de quienes tenemos al lado, como manera práctica de expresar que toda persona nos importa y queriendo extender esta positiva relación a quien lo necesite. Esto -entiendo yo, compañeros- es ser auténtico progresista y lo que hace avanzar a un pueblo. Pero, desgraciadamente, lo que trasciende es un individualismo zombi, que nos está llevando a una sociedad próspera pero errática e insensible al dolor de los demás.
Siento ser tan pesimista, pero esto ya no va de política, sino del grave deterioro de la naturaleza verdaderamente humana.
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