jueves, 23 de octubre de 2025

Capitalismo en vena

El capitalismo hace ya mucho que no tiene rival alguno. Es un monopolio y, como tal, impone sus reglas. La clave está en que ya no puedes elegir. Ya no necesita convencerte, te lo inoculan desde pequeño. En cada vez más países, los curriculum escolares incluyen talleres de “educación financiera” y “proyectos de emprendimiento”. Se enseña al alumnado a crear marcas, calcular beneficios, simular inversiones y planear negocios. No se habla de cooperación, justicia social o sostenibilidad. No, qué va. Se le habla de riqueza, rentabilidad, competitividad y liderazgo. La escuela deja de ser espacio de pensamiento crítico -así nos va- y se convierte en incubadora de futuros obsesos por el beneficio propio. Es como si en lugar de enseñar a leer, enseñaran a redactar contratos. En vez de aprender historia, aprendieran a adaptarla para mejor venderla. Por eso el capitalismo ya no necesita presentarse como ideología, ni siquiera como sistema económico. Ahora se disfraza de oportunidad, de juego, de falsa libertad, de necesidad vital, de competencia básica. Y lo más perverso es que ahora se reproduce sin esfuerzo. Como un virus bien diseñado, se replica en cada ciudadano que lo abraza sin saber que ha sido infectado. No importa si eres camarero, enfermera o profesor. El sistema te obliga a adaptarte a las reglas del mercado: A alcanzar objetivos, a mejorar resultados, a evaluar procesos, a planificar recursos... Y así, miles de ciudadanos aspiran a ser empresarios, emprendedores, microinversores, rentistas... La escuela, la salud, el arte, el deporte, la infancia, la vivienda, la espiritualidad incluso, todo esta impregnado del ADN del capitalismo salvaje. Hasta el amor y la amistad hace tiempo que se miden en utilidad. ¿Te aporta algo? ¿Conviene a tu proyecto o intereses? ¿Te ayuda a crecer? Si no, se descarta. El vínculo se convierte en capital social. El café con un amigo, en reunión estratégica. El afecto se administra calculando el retorno de inversión emocional. Es como si los abrazos, la confianza o la lealtad tuvieran cláusulas. Como si la confianza viniera con condiciones de uso. El capitalismo en vena no se nota. No duele. Solo te convierte en replicante. 

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