España necesita bálsamos que la alivien de ese estado permanentemente encabronado y dolorido provocado por un discurso político y unos medios embrutecidos, sectarios, torpes y zafios. Entiendo que haya tanta gente frustrada. Pero, a partir de ahí, debería rechazar las reacciones emocionales negativas y comportarse racionalmente. Debería optar por no seguir dejándose engañar por los auténticos responsables de su situación y por no apostar por soluciones autolesivas. Pero para ello hay que abandonar las trincheras, las burbujas, los espacios de confort mental. Hay que salir de uno mismo y mirarse desde fuera, a la vez que desde dentro. Es ésta una operación quirúrgica, torrencial, implacable y valiente. Debemos recuperar la racionalidad porque ésta es indomable. Y como la dignidad, insumisa. Y como el amor, subversiva. Pero antes debemos aprender, escribiéndolo cien veces, que la vida no es para siempre, que nuestras decisiones tienen siempre consecuencias. Y aceptar que, a lo mejor, no tienes tanto que intentar cambiar lo que no te gusta sino cambiarte a tí mismo y aceptar lo diferente. Entender que no se trata de ser el mejor, sino de ser mejor que ayer a los ojos limpios de los demás. Aprender que la gran tragedia de la vida no pueden ser los otros, que la gran tragedia de la vida es lo que dejamos morir en nuestro interior mientras estamos vivos por no aceptar a los otros. Yo le diría a muchos que si no pueden ser poetas intenten, al menos, ser parte de la poesía. Y en última instancia dejar leerla a quienes les guste. Y, mientras, que compartan algún décimo de lotería con sus mas encarnizados rivales.
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