A todos esos ignorantes, mentirosos, o ambas cosas, que repiten como papagayos esa falacia de que con Franco se vivía mejor, tras negarle la mayor yo les diría que lo que sí se vivía era más callado. Ese silencio oscuro y pesado fue el resultado de la "represión fría", un mecanismo que actuaba mediante la exclusión social y la asfixia administrativa y económica. La represión fría se materializó en la depuración sistemática de la totalidad de la función pública: más de 100.000 expedientes de depuración. De médicos a maestros; de jueces a carteros. Los que se libraban de acabar en una fosa se convertían en muertos civiles. No se les fusilaba: se les "borraba". Se les inhabilitaba de por vida, sin derecho a ejercer su profesión, sin pensión, muchas veces sin posibilidad siquiera de obtener un carnet de identidad. A ello se sumaba la represión económica: la "confiscación" de bienes, el expolio disfrazado de “responsabilidades políticas”, el robo de todos los bienes y propiedades de los vencidos y la marginación laboral de los perdedores de la guerra y sus familiares. Pero el instrumento más eficaz fue el silencio impuesto, el miedo a hablar, a recordar, a transmitir. Está represión no dejó fotos de cadáveres pero si a generaciones de españoles que aprendieron a vivir mirando al suelo, a callar en la mesa familiar, a fingir que la guerra había terminado en 1939 y que todo estaba bien después. El vecino sabía que el vecino había sido maestro republicano; la viuda sabía que su marido estaba en la fosa común del pueblo; el hijo mayor sabía que su padre había sido asesinado en Córdoba. Pero nadie hablaba. El régimen no necesitaba prohibir la memoria: bastaba con hacerla socialmente inviable. Eso, precisamente eso, es lo que pretende la derecha filofranquista eliminando la Ley de Memoria y sustituyéndola por ese engendro de falsedades, amnesia y nuevos silencios al que llaman leyes de concordia.
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