Dice un refrán: "No hay nada peor que un pobre con dinero". Esto, por muy verdad que sea, seguramente lo dijo un rico en un ataque de clasismo, aunque no hay que despreciar su experiencia en temas de riqueza. No hay que ser un lince para percibir que el dinero cambia a la gente. Y, generalmente, a peor. Numerosos estudios demuestran que los ricos son menos empáticos y sienten menos compasión por los demás, son menos éticos y más desagradables, inhumanos y malvados que personas con menos ingresos. Todo esto lo concluye una investigación de la Universidad de Berkeley, en California. Lo vemos frecuentemente, mucha gente que tiene -o intenta aparentar- un alto status económico tiende a considerarse superior, a comportarse de manera elitista, a validar el clasismo, a respetar menos a los demás y arrogarse privilegios que no tienen: no respetar a otros conductores, criticar e incumplir las reglas, hacer trampas con el dinero, suelen ser menos honestos y -lo dice el estudio- suelen tener un comportamiento desagradable con todos aquellos que le prestan algún servicio. Son personas que tienden a darle más prioridad a sus propios intereses. Las actitudes, el comportamiento, la visión de la vida y, ante todo, de la desigualdad son alteradas por el dinero. El status que éste proporciona incrementa desmesuradamente el ego y modifica los procesos psicológicos. Se sobredimensionan, o se fantasea, con los méritos propios, se auto adjudican cualidades que no existen y bondades que brillan por su ausencia. considerar que lo merecen más que quienes no lo tienen. Se refugian en la idea de la meritocracia para sentirse superiores y especiales. Y a medida que acumulan más dinero se hacen más y más insensibles a las desigualdades sociales y llevan su empatía al cero absoluto. Muchos, tras leer ésto, pensarán aquello de que el dinero no da la felicidad. E inmediatamente dirán, como Groucho Marx, que la felicidad la dan las pequeñas cosas: Un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna…
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