Los discursos negacionistas se extienden como la pólvora en las redes sociales, abonados por una ignorancia, un papanatismo y una estulticia crecientes. Pero las "fuentes" del negacionismo no son necias. Saben perfectamente lo que hacen: no actúan solo para negar sino para instalar una duda, para confundir. Buscan generalizar el descreimiento en los datos, en las fuentes, en los testimonios. En última instancia pretenden borrar la frontera entre mentira y verdad. El objetivo último es la manipulación ideológica. Es destruir la aceptación de certezas que no interesan; culpabilizar falsamente a otros de los problemas; sembrar desconfianza, miedo y odio; o imponer tus creencias y dogmas. En su alocada huida hacia adelante el negacionismo está imponiendo la monetarización de la tragedia y la "pornomiseria". La tragedia de Valencia no solo inundó las redes y muchos medios de comunicación de bulos, sino que inauguró una práctica tramposa y desalmada. Vimos a una legión de influencers, vinculados directa o indirectamente a la ultraderecha, desembarcando en las zonas afectadas. No iban a remangarse para ayudar. No, qué va. Iban para crear sus contenidos, para espectacularizarlos, monetarizar la tragedia y, de paso, agitar el tablero de la política española a favor de los ultras. Es una forma de publicidad gratuita y propaganda para conseguir seguidores, interacciones, visitas y notoriedad. Llegaron al punto de sortear por Instagram a qué pueblo llegaba la ayuda recaudada por sus seguidores. Excluyendo, por supuesto, a los inmigrantes. Todo ello mientras difunden bulos, esparcen mentiras, siembran odio y generan crispación. Y así, tipejos como Javier Negre, Bertrand Ndongo, Alvise Pérez o Vito Quiles, mientras recaudan donaciones y publicitan “su caridad fascista”, difunden bulos e incluso invitan a la violencia. Para ellos las víctimas son una oportunidad para favorecer su negocio.
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