domingo, 23 de noviembre de 2025

Cuando caduque el pulso

De pequeños, soñamos. En la adolescencia, fantaseamos. De adultos pasamos, de perseguir anhelos, a querer volver a la Ítaca de nuestra juventud. Y a medida que nos "metemos en años", cuando todavía a lo lejos apenas se dibuja lo inexorable, la idea del morir, de abandonar la existencia, flota en el éter. Por eso nos aferramos a la belleza de lo vivido, de lo que hemos sido. Sabemos que uno no muere hasta que deja de ser recordado, por ello, nuestro objetivo es perpetuar el recuerdo para seguir vivo. Mal negocio en tiempos donde la memoria cotiza a la baja. Porque ahora todo es efímero y caduco, todo es híbrido y no alcanza el calendario, todo se disuelve en mil maneras para no llegar a ninguna parte, todo es frío. Por eso me pregunto: “¿Quién sufre y de qué forma la disolución de la memoria? ¿Quién conoce otra cosa que no sea la dialéctica del frío?”. De tanto bajar la mirada, de prestar atención a lo intrascendente, olvidamos que en nuestro paisaje vital cabe toda la belleza de la existencia, desde el amor al paso sereno del tiempo, y temas tan hondos como la muerte, donde todos quedamos convocados en un futuro. Quizá es esa meditación existencial la que vertebra ese rincón de mi cerebro sobre el que no tengo poder. Sé que en algún momento tendré que marcharme. No me agarraré a ningún imposible, pero deseo que alguien venga a recogerme con una sonrisa amable y una mano tendida. Ya lo tengo escrito:

Cuando venga el negador de primaveras,

cuando la marea de naftalina me persiga,

cuando sea la hora de la hora,

y caduque el pulso,

no te pierdas, corazón: ven a buscarme.

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