viernes, 21 de noviembre de 2025

Vicente, texto

Reconocimiento, recuerdos, realidad injusta y caprichosa, agradecimientos y memoria. Tantas cosas, tanto tiempo, tantos ecos..., que pueden incluso aturdir el ánimo. Pero el bosque de emociones, el coro de latidos del alma, no pueden ocultar la verdad desnuda, la que nos enseña que para reconocer la dimensión de la obra de Vicente -porque su talla humana no es ni tan siquiera mensurable- no se necesitan reconocimientos ni homenajes. Sólo que él siga estando y su sombra nos cobije.

Tomo prestado el sentido de unas palabras de Unamuno para decir que Vicente es como un lugar acogedor, de esos de ir, quedarse y volver, y no de los de ir, pasarse y seguir. Es como una de esas patrias de adopción que son como remansos de espacio, de tiempo y de pensamiento, que invitan a sentir más que a discurrir.

Envidio de Vicente su gran capacidad de admiración, sorpresa y curiosidad, que son las tres cosas que definen más la infancia. No en vano Vicente es como un niño grande que en su inocencia provoca ternura y al que perdonamos todas sus travesuras.

Yo a Vicente llegué tarde; demasiado tarde para lo que me hubiese gustado. Y como siempre que se acude tarde a una cita imprescindible tuve la necesidad de recuperar el tiempo, de beber de forma atolondrada toda su presencia y de añorar su ausencia. Pero pronto aprendí dónde podría encontrarlo siempre: pisando los caminos menos transitados y sembrando paz.

Con Vicente comprobé la verdad de que admiramos las cosas por motivos, pero las amamos sin motivos. Por eso es para mí como un hermano.

Vicente, conoces que el sol, caprichoso, se esconde a ratos. Y hay días que brilla cansado, como un poeta triste y silencioso. Pero bien sabes también que el poeta aprende de la vida y tiene la virtud de hacerla más hermosa, incluso cuando cincela versos tristes. No nos dejes huérfanos de tus versos.

Yo nunca he pretendido grandes cosas, pero que feliz me haría que uno sólo de los míos volara con una brisa perfumada hasta caer junto a los tuyos en alguno de los caminos que transitamos juntos.

Bonito oficio el tuyo. Al de engarzar palabras en el viento, me refiero. Y al de esculpir sueños pensando en otros. Y al de realizarlos con maestría poniendo en ello la ilusión, las manos y hasta el alma. ¡Chapó, maestro!

Ha llegado el momento de sonreir sabiendo que los frutos de tu trabajo generoso no quedarán enterrados en la arena, sino que ya son ávidamente recogidos por aquellos a los que durante años guiaste con paciencia, enseñándoles a marcar un rumbo fijo, a viajar serenos abrazados al oleaje hasta donde les lleve el alma que tú les ayudaste a forjar.

Es ahora el momento de recoger tu fructífera cosecha. Y de observar tu antiguo campo de batalla con calma serena, como un guerrero en paz, tranquilo y callado. Sin hacer ruido. Sin la necesidad, tan siquiera, que de ser nombrado, porque tus logros hablarán siempre por tí.

Navega ahora tranquilo en tu gozoso regreso a tu Ítaca amada. Tras largos años, tras mil batallas, tras un largo viaje. Tú ya has marcado el rumbo, navegado a los mandos  lo más peligroso de la travesía, cuando el puerto de llegada ni tan siquiera figuraba en los mapas. Aplícate ahora a reparar el cansancio que te provocó el camino, úngete con el bálsamo de la mirada plácida y escudriña con codicia el horizonte donde habita tu tierra, tu casa y los abrazos de aquellos que te esperan.

Una casa es el lugar donde uno es esperado. Tienes suerte de poder disponer de muchas casas. Pero elijas la que elijas sabes bien que el mundo que construyas sólo podrá recitarlo tu alma. Y los demás estaremos esperando.

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