jueves, 27 de noviembre de 2025

Para Vicente de M.J. y J.

La vida de una persona no la definen sus logros, la definen sus frutos, la cosecha que logra recoger tras una vida de trabajo. Y la de Vicente es ya a estas alturas copiosa. Hoy Vicente es ya hijo adoptivo de La Luisiana, el pueblo al que consagrado una parte importante de su sagrado ministerio de enseñar y ha entregado un largo período de su fecunda vida.

Vicente es muchas cosas pero para nosotros es, sobre todo, y además de amigo, un maestro, un buen maestro, ese que a base de desvelos puede inspirar afecto por el aprendizaje, prender la imaginación y crear esperanza.

De esos maestros que siguen creyendo que cada alumno, cada alumna, merece una oportunidad y que la escuela es uno de los últimos lugares donde todavía es posible equilibrar las desigualdades y potenciar las capacidades. De los que nos recuerdan que enseñar es un oficio tan antiguo como complejo, tan difícil como bello, y que él ha dominado a base de vocación, compromiso y corazón, hasta dejarse jirones de piel en el intento.

Vicente es un maestro de los que nos enseñan que un buen docente, antes que un técnico del aprendizaje, es un profesional con vocación de entender el mundo y guiar a otros para que también lo entiendan.

Vicente no es un maestro de 8 a 3, de maletín para pasear los "trastos" y taquilla ordenada. El es de los que ha hecho de su vocación una profesión casi artesanal y, más allá de la simple labor docente, se ha preocupado de conocer la complejidad de su alumnado, las dinámicas sociales de su entorno, las dificultades de las familias, los conflictos de convivencia, la diversidad creciente y hasta los sueños a medio hacer y los miedos que no siempre se dicen.

Vicente siempre ha sabido que antes de enseñar hay que comprender. Y comprender exige tiempo, dedicación, esfuerzo... Pero sobre todo proyectar hacia afuera una mirada limpia, comprensiva y solidaria, porque como dijo Antoine de Saint-Exupéry en boca del Principito: "Lo esencial es invisible para los ojos. Solo se puede ver con el corazón".

Los que en algún momento le hemos acompañado sabemos, como él, que entre reformas apresuradas, competencias que se enumeran como si fueran ingredientes de una receta y recortes que llegan siempre a la misma puerta, la educación no es algo que funcione por decreto ni el resultado de la gestión administrativa y laboral de un funcionario.

Vicente, por el contrario, ha ejercido una labor de filigrana, tejiendo una comunidad educativa que piense en el bien común. Entendiendo que insuflar vida a un Centro no es una técnica, es una forma de mirar y entender la sociedad. Y en esa mirada cabe la solidaridad, el cuidado, el respeto, la colaboración y el cariño. Es una forma diferente de mirar, de sentir y de comportarse, de proyectar la propia vida desde dentro pero pensando en los demás. Por eso a Vicente sus frutos lo desbordan. Es el resultado de más de media vida sembrando en el alma de sus "niños" semillas de esperanza, en una comunidad que ahora lo honra y se honra dándole categoría de hijo adoptivo. Y no olvidemos que la palabra adoptar proviene del latín "optare", que tiene el hermoso significado de "desear".

Esto que aquí hemos escrito quizá no sean más que palabras. Pero esas palabras son también fruto de la cosecha de Vicente. Algunos sólo verán en esta palabra un nombre. Pero nosotros vemos en ella admiración, amistad que compartir, ilusiones por estrenar, una ventana que sigue abierta para vivir lo sorprendente. Porque, como decía Pablo de Olavide -ese nuestro viejo conocido-, "No hay nada más personal que la manera en la que entendemos las palabras".



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